Tuesday, February 24, 2009

Cuando haces una foto









Tengo un tío que siempre dice que no hay cámaras de fotos malas, sino… bueno, ya sabéis, malos fotógrafos. Y seguramente tiene razón, pero claro, a uno le deja con la duda y se pregunta entonces cómo se hacen las buenas fotos. Y es que como la fotografía ya no es el privilegio de unos pocos, gracias sobre todo a las cámaras digitales, salen a la luz miles de instantáneas cada minuto, ya no basta con hacer clic para salir del montón, sino que hay que sacar a relucir algo más para sacar algo positivo del negativo. Y es que no hace tanto, antes de comprarte un artilugio que tras veinticuatro o treintaiséis clics te reclamaba un carrete nuevo, y que para más inri no te dejaba ver lo que había dentro de la caja negra hasta hacer una visita a la tienda (o revelar en un laboratorio casero, eso ya para los que hoy en día llamaríamos más “frikis”), la gente se lo pensaba varias veces antes de hacerse con una máquina de retratar. Creo que ésta es una diferencia fundamental comparada con otros objetos de hoy en día (cómo el coche, por ejemplo) que se han democratizado simplemente porque ya no es sólo una cosa de ricos. No: como la fotografía no suele usarse tan sólo como herramienta (a diferencia del coche, que ayuda a llevarte al despacho), sino como un fin en sí, una distracción, el precio no era el único discriminante. A mí madre no hay quién la lleve al fútbol, por mucho de que  a veces valga casi lo mismo que ir al cine. Pero sin embargo llegó lo digital, y con ello la fotografía se hizo realmente instantánea. Ah, velocidad (veo la foto en el mismo momento en que la hago) e independencia (la veo yo, como las Polaroid, y me las descargo yo en mi ordenador, y …).  Eso es lo que necesitábamos, entonces la gente sí que empezó a comprarse kodaks y nikkons y canons y demás.

Yo no estoy en absoluto en contra de ello, ¿eh? Yo creo que en el fondo está bien que a cada uno  se nos dé la opción de tocar un mundo en el que antes ni siquiera hubiéramos pensado. Quizá de ahí salen vocaciones escondidas. Pero también creo que entonces la pregunta surge más claramente: antes, el que pensaba desembolsar sus pagas semanales en una cámara de fotos, sabiendo que con ello se esclavizaba de por vida  a la compra de carretes y al revelado por terceros (ah, qué tiempos aquellos del “revelado en 24 horas”, y luego…. ¡“en 60 minutos”!), lo hacía empujado por una fuerza primera. Quizá no fuera ya pasión, afición, empuje, sino simplemente curiosidad, pero el caso es que había algo que latía, con anterioridad, por ahí. Y claro, de algún modo u otro eso se tenía que ver en la imagen. La imagen no podía carecer de sentido, ya que se puso bastante empeño en hacerla. Pero ahora ya no hace falta: se nos da la foto en bandeja de plata. Y entonces, cuando todos tenemos el aparato entre las manos, cuando todos podemos disparar, es cuando quizá podemos preguntarnos, en igualdad de condiciones, quién hace y quién no hace buenas fotos. O más aún, dejémonos de comparaciones: ¿qué es una buena foto? ¿Por qué nos quedamos parados delante de una instantánea y pasamos veloces por otras capturas? Como si fuera fácil…

Empecé insinuando que hay dos cosas que diferenciar: la primera es la persona, y la segunda, la técnica (las prestaciones de la cámara de fotos, y el hecho de saber sacarle partido). Si bien es cierto que con una cámara con buenas prestaciones se pueden hacer virguerías, no es menos verdad lo que dice mi tío de que no hay cámaras malas. Y además, tampoco vale excusarse en que la cámara del otro es mejor: si la sabe usar bien, es que se lo ha currado. Mi blog es (el de fotos, no éste), por ejemplo, un blog en el que no uso mucho la tecnología: básicamente, porque mi cámara de fotos es de bolsillo, plana, sin objetivo de estos grandes (no es una réflex), que compré hace más de cinco años (es la cámara que ilustra este artículo). Si vais a sitios como flickr, encontraréis muchas fotos realmente impresionantes, de gente que domina la luz, los colores, la velocidad, todos los parámetros que poner en sus aparatos. Eso no es sólo la cámara: hay mucho trabajo de aprendizaje y perfeccionamiento detrás. Pero no me voy a centrar pues en la técnica: eso es un plus, ya que la técnica sola no puede hacer mucho, así que intentemos ver qué hay detrás del que hace una foto. ¿Cómo nace una foto?

He estado pensando como categorizar todo ese universo, y al final me quedo con esto: yo creo que hay tres tipos de fotos. Las que creas, las que cazas, y las que buscas. Lo único que las diferencia es la actitud del fotógrafo. No es lo mismo un reportero que ametralla en una carrera de motos, que el fotógrafo que se levanta cada día a las seis de la mañana para fotografiar el sol (ya que sabe que saldrá, sólo espera el día en que la luz acabe siendo la más bonita), o que el turista que al pasearse por las Ramblas ve como un tío disfrazado de romano se cae de su poltrona (quería hacer la foto del romano y le sale el plus de la caída porque estaba gatillo en mano – había un anuncio de Fotoprix que era parecido: un padre fotografiando a su niño, en el campo, que acababa de coger una zanahoria… todo está bien encuadrado, unos colores muy bonitos, tres, dos, uno… y al momento de disparar, justo un conejo salta de entre las hierbas para hincar el diente en la zanahoria. ¡Bingo!). En los tres casos estamos en una fase activa – es la diferencia entre hacer fotos y, simplemente, ver-. Debes sacar la cámara, ponerla en marcha, mirar, apretar el botón. Eso no es casualidad, eso es un trabajo, en el sentido físico de la palabra. Necesita actividad, sea cual sea el estilo. Así que yo creo que la diferencia entre las fotos radica más en la actitud y la voluntad. Pero eso no es algo que dependa sólo de la persona, sino también de la situación en un momento dado de la persona en cuestión. Por ejemplo, el fotógrafo de revista que nos muestra al piloto tumbando su motocicleta está captando en aquél momento un cliché necesario (y no por ello menos bello). Pero la misma persona puede sorprendernos con negativos de sus vacaciones en el mar donde se ve al delfín saltando por encima del agua.

Las fotos que creas son las que piensas antes de hacerlas. Son fotos que te haces mentalmente y luego las quieres pasar a negativo. A veces requiere levantarse siete días seguidos al alba para esperar que haya las nube adecuadas que hagan de aquella salida del sol en aquel lugar que descubriste por casualidad una instantánea inolvidable. Viste el marco, el lugar, pero te faltaba rellenarlo. A veces se va más allá, y se compone la foto. Se añade una planta, se saca la botella vacía de la mesa. Se añade un foco de luz, se pone un fondo blanco. Y hasta hoy se puede hacer fácilmente este trabajo a posteriori, con el ordenador. No siempre es tan simple como borrar el cable eléctrico que afea la vista, sino que a veces se trata de imaginar y concebir cómo puede quedar mejor la foto, qué color acentuar, qué encuadre elegir. Aquí el trabajo del fotógrafo se asemeja un poco más al del pintor, que se inspira de la realidad para luego aplicarla a su manera (dejarla intacta o retocarla con lo que él considere harmonioso).

Las que cazas son las que aparecen delante de tus narices. Suelen ser las más evidentes. Quizá no estabas preparado, pero cuando delante del patio de tu casa te salta un géiser natural, cómo le pasó hace unos años a una familia andaluza, pues hombre, te da tiempo de ir a buscar la cámara y fotografiar el momento. Hay cacerías rápidas como la que mencionaba antes de Fotoprix (la cacería con suerte), las fotos de momentos estelares (lo que es estelar es el momento en sí), pero también las hay lentas (yo me puedo pasar bastante rato mirando fotos del acueducto de Segovia), ya que la presa no se mueve, pero es que no por ello es menos monumental. Ya sea con suerte o sin ella, yo creo que estas fotos son las “evidentes”: supongo que hace falta algún plus para convertirlas en algo más. Por que mis fotos de la Tour Eiffel no son como las de las postales de los estancos de París, vaya. Es ese plus lo que es interesante.

Y es que hay más: hay fotos que te encuentras después de haberlas buscado un rato. A diferencia del primer caso, no sabes exactamente qué es lo que buscas. Una foto, sí, pero ¿qué foto? La Torre de Pisa, sí, pero ¿con qué ángulo? Buscas, la buscas, pero como no sabes qué buscas, te pasas rato, cámara en mano… y al final el que la persique la consigue. Encuentras detalles en los balcones, en las hojas de los árboles, en la nieve, en las personas que se pasean, en los bichos del bosque, en el ajetreo de la ciudad… A mí me gusta hacer cosas de estas, pero aunque no lo parezca, es algo más que un paseo pasivo. Como decía antes, es un proceso activo. Se parece mucho al primer estado que mencioné, al de creación, pero aquí no se trata de fotografiar lo obvio, no se trata de fotografiar algo que ya tenías en mente: aquí se trata de ir despierto, en estado de alerta, atento, porque no sabes por dónde van a venir los tiros. Vas analizando la realidad con otro punto de vista, miras a las baldosas de la calle que pisas desde hace años de otra manera, intentas identificar qué es curioso, qué es bonito, qué es lo que tiene un plus. Es un no parar de pensar, pero tiene su recompensa. La tiene porque, sin quererlo ni beberlo lo que estás haciendo es dar valor a todas las cosas banales. Las exploras por cada lado porque en el ángulo más insospechado puede aparecer algo bonito. Les das vida porque las llenas de posibilidades. Las cosas ya no son meros objetos, sino obras con potencial. Una cosa rota puede recobrar significado. Las cosas recobran su sentido: no todo es usar y tirar, no todo es utilidad y finalidad objetiva. Hay cosas útiles (que son buenas para mí por su utilidad o simplemente agradables para mi gusto) y cosas bellas. Vale, puede ser que las últimas, las bellas, tengan mucho que ver con el gusto de cada uno. Pero pensemos ahora que hay cosas bonitas y que lo son para todos: lo que me interesa es ver que esas cosas bellas no tienen un fin concreto como el pan, que es bueno para mi salud, o el vino, que suele ser más agradable al beber que el agua. Lo que me interesa de lo bello es que al no tener una finalidad clara, al menos no una finalidad física, es algo que no siempre salta a la vista. Parece una paradoja, ya justamente lo bonito es algo que lo es para mi vista. Pero no, justamente lo que digo es que no siempre salta a la vista, y ahí está la gracia: a veces lo bonito está escondido, porque puede venir de cualquier lado. Cuando aprendemos a diferenciar la sal del azúcar, ya nunca nos equivocaremos. Pero no pasa lo mismo con la estética, ya que nunca sabemos de dónde puede surgir. Y es que puede surgir de cualquier parte. No voy a decir que todo lo que se rompe y pasa a ser un estorbo puede pasar directamente a la categoría de bello. Pero sí que el potencial existe. Ahí es donde reside la actividad, en este caso, del fotógrafo. Transformar la promesa del potencial en algo más que un “puede que sí”. Mostrarnos esa vida que permite resucitar al objeto. Es ese estado de análisis constante, de curiosidad y creatividad, de borrar las barreras físicas entre objetos y crear en tu cabeza composiciones dónde encuadrando más cercano das un significado diferente a la realidad. Es estar muy atento y concentrado, pero sin perder la ingenuidad del niño que ve formas en las nubes. Es más que apretar el gatillo. Toma su tiempo, toma su estudio, toma su concentración.

Otra cosa es saber de dónde sale esa sensación, ese descubrimiento. Y aquí es dónde vuelvo al inicio de este relato. Quizá ayudan los genes, la historia pasada, o la suerte del que recibe una cámara réflex para su cumpleaños. Unas veces la afición nace antes y la compra viene después, pero otras es la cámara la que llega sin haberla pedido. Pero aunque un tal inicio ayude, sin ser necesario tampoco es suficiente. Porque luego siempre se necesita un tiempo que dedicar, una afición que crear. Es difícil hacer algo bonito si no te gusta hacerlo. Porque no todo es fácil, y cuando se complican las cosas, hace falta tener las ideas claras o los motivos suficientes para seguir adelante. Yo no puedo saber qué es lo que empuja a los fotógrafos a hacer su labor, aunque puedo hacerme una idea. Lo que me imagino más claramente es que si puede llegar a ser una profesión, será porque requiere tiempo y trabajo. Y esto no tiene por qué ser forzosamente malo, ya que a menudo es una profesión con aires de vocación. Una vocación no es lo mismo que un don: supongo que sí que existen los dones, aunque está claro que estos también se pueden pulir. Yo nunca supe dibujar y, aunque sí sé copiar dibujos, por mucho que me empeñe me cuesta horrores. Pero una vocación es algo que te atrae aún sin saber mucho sobre ello. Una vocación es una inclinación. Siempre me ha gustado esta última palabra, inclinación. Porque es muy visual, es muy fotogénica, es la silueta del hombre que se asoma… y con un empujoncito lo tienes ahí, dentro, ya ha dado el paso, ya se ha adentrado. La inclinación es el punto que te ayuda a sobrepasar el ángulo muerto, y caer del otro lado, entrar en el nuevo mundo, volcarte en él con todos tus sentidos. Y yo creo que es esto lo que hace avanzar. Porque sin ello, no creo que la foto tuviera mucho secreto. No creo que en estas líneas haya descubierto la rueda, vaya. No hablo ni de encuadres, ni de enfoques, ni de profundidad, ni de sensibilidad, ni de luz, ni de color. Tampoco creo que haga falta, de hecho. Quizá es lo que quería decir. Ver que por mucho que la fotografía cace un segundo, por mucho de que físicamente parezca que cueste poco, hay mucho por detrás. Porque sólo se llevará su cámara de paseo aquél a quien le interese el mundillo. Sí, quizá lo que quería decir es esto, que el que se lleva la cámara es porque está en un estado reflexivo. Yo creo que fotografiar es pensar. Es concentrarse. Igual que tiene que concentrarse aquél que se quiere aprender una coreografía o la persona que aprende a tocar la guitarra. Y por eso sale bien y a veces no, y por eso puede haber gente que lo hace como entretenimiento y gente que se puede ganar la vida con ello. No os penséis que quién cuelga su foto en internet cuelga su única foto – como todo, hay muchos ensayos detrás, muchos borradores, o al menos muchas otras fotos detrás que le sirven de experiencia. Y no está mal que sea así, no está mal que las cosas conserven un toque humano. ¿O no es verdad que salimos siempre fatal en las fotos automáticas del fotomatón?

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