Tuesday, October 20, 2009

Diversión contra pereza

Dejo aquí un vídeo que encontramos el otro día en la web: en el fondo, es muy bonito. El hombre como ser curioso y que le gusta entretenerse, frente a la búsqueda de la eficacia y la eficiencia aun cuando no hay fin alguno (excepto, claro está, para aquellos que por problemas físicos necesitan esa técnica).

Wednesday, September 16, 2009

Veo El Tiempo, luego existo

















“Hasta aquí las noticias. Ahora les dejamos con ¡El Tiempo!”

***Sintonía del Telediario***

Era entonces cuando a mi abuela le crecían las orejas, afinaba la vista y se le aceleraba la respiración. Ella nunca quería perderse El Tiempo. Y tuvieron que pasar años hasta que empezara yo a entender sus motivos. Si mi abuela hubiera sido jardinera, campesina, o cartera de Correos, yo habría entendido que le preocupara la intemperie. Pero ella no lo era. ¿Por qué tanto afán en saber si el día siguiente será lluvioso o seco? ¿Por qué tanto placer en las isobaras?

¿Era por comparar presentadores? “Las brumas matutinas en la parte septentrional de la península", los "chubascos de intensidad fuerte o moderada” del retirado Montesdeoca, en la Primera. “Ruixats, calamarsa, vent de mestral, llevantada” en TV3, el desespero de Alfred Rodríguez Picó, defensor del medio ambiente: “això no és boira, és contaminació. Ja fa anys que anem avisant, però no hi ha manera”. Una voz de la conciencia en un programa que creía neutro e insípido. No, no podía ser eso, ella aún no estaba aficionada al cambio de canal. “Ep, que son las diez, pon la dos que darán El Tiempo”. ¡Y dale!, pensaba yo.

Y sin embargo, un día lo entendí. Comprendí sus motivos. Lo noté dentro de mí: quise ver el tiempo, porque buscaba algo que me relajara. Quise ver el tiempo, porque quería ver lugares conocidos. Quise ver el tiempo, porque volvía de un día ajetreado. Y encontré la razón. Mi abuela miraba el tiempo porque era el único referente real y sosegado que le quedaba en la televisión. Era el único espacio que le estaba realmente dedicado, en persona, el único programa que entendía y que la hacía sentir como en casa. El programa anterior –las noticias- era un suceso de eventos avasalladores: terremotos en Turquía, soldados americanos muertos en Afganistán, manifestaciones en China, tecnología en el Salón del Automóvil de Tokyo, concierto multitudinario en Sudáfrica... Y ella ya no sabía, como tampoco lo saben muchos otros hoy, dónde estaba. Aquí, allá, con lo bueno, con lo malo. Uno ya no sabe quién es y qué hace en este mundo. Y sin embargo, luego llega El Tiempo. El Tiempo, algo que siempre está ahí, que nunca cambia. Siempre igual, el mapa y el hombre delante diciendo que si hará sol o se nublará la Península. Parece un programa insípido, y sin embargo lo dejamos empezar, con su hilo musical tan ligado a la compañía energética que lo patrocina.

Y entonces entras en el juego. Porque El Tiempo no sólo habla del cielo, sino de la tierra. De tu tierra. Te recuerda dónde están las capitales de tu provincia. El Tiempo, que con su mapa te muestra el lugar dónde se encuentra tu mar, dónde están el Sur y el Norte. El Tiempo, nuestra casa vista desde el aire. Y donde se nos explica la única noticia que, con una probabilidad del cien por cien, seguro que podremos palpar al día siguiente. El Tiempo, la única información verdadera por mucho que sólo sea una predicción. Todos estamos en las noticias del tiempo, después de no encontrarnos en las crónicas del telediario. El Tiempo, que desde hace ya unos años, no sólo nos dice qué pasará, sino lo que pasó, con instantáneas que ilustran lo que se dijo el día anterior: no importa la predicción, lo que queremos es ver que seguimos ahí. Nos enseña en directo, desde una cámara de vídeo fija, la ciudad de Balaguer. Nieve en Salamanca. El lago de la Vall de Núria. Bañistas en Alicante. Nos enseña estos lugares cercanos, donde hemos estado, donde fuimos de boda, donde pasamos un fin de semana, donde vive el tío Pepe. Sant Feliu de Guíxols, el pantano de Susqueda, els aiguamolls de l’Empordà. Y fotos, fotos de los lectores: los campos del Pla d’Urgell con granizo, rayos delante del puerto de Barcelona, nieve en Collformic. El Tiempo no sería El Tiempo sin el mapa, no hay tiempo sin espacio.

El Tiempo te devuelve la calma, te muestra lo que conoces. Te habla cercano, te dice hasta mañana. No, a mi abuela no le cambiaba mucho que el cinco de agosto se presentara más o menos caluroso que el cuatro. Lo que le interesaba era ver que en este mundo de tecnología, de noticias mundiales y tertulias sobre personas anónimas, alguien le hablaba de su casa. De lo que vería al día siguiente al despertar. No le preocupaba si la exactitud de la predicción. Simplemente, dormía mejor sabiendo que hasta gente como ella tenían un hueco y una existencia en este mundo, era partícipe de aquél espacio. Había visto el tiempo, ya podía ir a la cama. El día siguiente volvería a amanecer. Nublado o soleado, eso era lo de menos. 

Sunday, July 5, 2009

El Tuc de Mulleres















Ésta es la historia de tres ganadores. Tres vencedores que coronaron con estilo el Tuc de Mulleres, una cima pirenaica de 3.010 metros de altura, la mañana del 5 de julio de 2009, tras partir con el sol desde el antiguo hospital de Vielha. Tres montañeros que establecieron un nuevo récord al ascender hasta los 3.013 metros, tres metros más que la montaña en sí, ya que se colocaron en tres de nou amb folre i manilles una vez en la cima, alcanzando así físicamente las estrellas y espiritualmente la gloria.

***

Ésa sería la noticia que habríais leído hoy en "L'Exprés de Vielha" de no ser por la fuerza inusitada del destino. Un empuje bestial que acechó a nuestros héroes desde mucho antes de lo que uno se pueda imaginar. Un arrebato imparable que azotó las bases de la misma tierra. Preparaos para sentir lo que aconteció realmente esa fría mañana estival en un rincón del Pirineo. Ésta es la crónica de otra muerte anunciada.

***

La excursión iba a ser legendaria. Apuntaba alto. Muy alto, más de tres mil metros de Pirineos. Nieve, crampones, refugio, montaña mítica... estaban todos los ingredientes. Cierto es que el grupo que inició el ascenso esa mañana era bastante reducido, pero hay que señalar que los alistados habían sido muchos más. La expectación creada alrededor de la futura hazaña había sido tan grande, que no pasó desapercibida a las masas. Desgraciadamente, de ocho apuntados tras las primeras pesquisas, pasaron a ser cinco el día D, que se convirtieron finalmente en tres a la hora H. El grupo iba menguando como un hielo al sol, la gente iba cayendo como la mosca de Obama, las desgracias llamaban a cada una de nuestras puertas. Pero tres afortunados aguantaron el envite y, valientes, se citaron a la hora convenida en el lugar adecuado. El Mulleres iba a ser nuestro. De Nacho, de su cuñado Jose Ignacio, y mío.





















Pero algo debió pasar con los Dioses del Olimpo: parecían no estar con los buenos. Porque nada más poner los pies en la montaña, empezaron a llover las desgracias. Intentando olvidar el neumotórax de Álvaro (ex futuro número cuatro de la expedición) y el lumbago de Jose María (antiguo número cinco), Jose se encontró con una refrescante bienvenida. Y es que al bajar del coche fue a parar directamente a un charco, mojándose de lleno sus Adidas Stan Smith y los pies con ellas, desde el dedo gordo hasta el tendón de Aquiles. De acuerdo, el origen fue una emboscada de Nacho y mía, sutilmente colocados entre el fangal y el farol del albergue para que la luz de éste no iluminara aquél. Pero el caso es que no es normal hacer el pleno al quince nada más llegar. Y aún más sospechoso resultaba que, un pelín antes, la voz del GPS del coche, muerta tras horas de rutas comarcales y rurales, en vez de decirnos el riguroso “gire a la derecha”, lanzó un “ahora, gire por dónde pueda”. Sí señores, sí: ¡verídico! El GPS perdía el Norte y, lo que es peor, nos anunciaba a viva voz su desespero. Esa voz seca se nos hizo más humana que nunca. ¿Fuerza magnética, isobaras tremendas, humedad relativa, qué es lo que la hizo temblar? No podía ser verdad, pero lo era: hasta la más útil de las tecnologías deponía sus fuerzas ante la madre Naturaleza. Y allí estábamos nosotros. Ah, aire fresco de montaña para tres frescos de ciudad.

Ya situados, decidimos que antes de bajarnos a dejar los trastos, mejor irnos pitando a comer algo, para lo que debimos deshacer y luego rehacer diecinueve kilómetros. La montaña y sus solitarios habitantes es lo que tiene. Pero como dice Álvaro, “paga la pena”. Porque nos encontramos a Indalesio, nuestro hostelero argentino, alias “el rápido”. Íbamos escopeteados por eso de la hora límite de entrada en el albergue. Y bam, al entrar al restaurante, vemos un mensaje encuadrado donde pone “Para comer bien, se debe saber esperar”. Capito. In your face. Y todo antes de abrir la boca. Pero se lo decimos igualmente a la camarera, otra que desenfundaba con parsimonia. Renoi, es que esto siempre pasa: cuantas más prisas, más retrasos. Para que os imaginéis nuestro desespero, nos planteamos hasta dormir en el restaurante. Y es que al preguntarle (dos veces) “¿dónde se puede dormir aquí?” ya que preparábamos el terreno ante la posibilidad de encontrarnos el albergue cerrado, el tío soltó un “¡¿aquí?!", señalando el suelo de su local. No home no, en el pueblo. Y nos dijo que lo iba a consultar. A la wikipedia, no te digo. Nos hizo una foto curiosa porque no apretó el botón, a lo que le pedimos que por favor, la repitiera pero esta vez apretando, gracias. “Güiquiiiii, digan güiquiiiiii”.

En fin, un lugar en el que nos hubiéramos quedado a gusto más rato si no fuera por el crono. Un lugar donde la lógica imperaba:

Nacho: “Un Sprite please”
Camarera: “D’acord, te traigo un Sprite, ahora consulto si tengo, pero si no, pues te traigo un Aquarius”
Nacho: “No mujer no, si no hay Sprite, tráeme un Seven Up" (¿qué me vas a traer un Aquarius si no tiene nada que ver?”…)

O, en la mesa de al lado:
Camarera: “Qué, ¿estaban buenas las empanadillas?”
Los otros comensales: “Hombre, buenas sí que estaban, pero lo que pasa es que eran tan sólo dos, rellenas de queso y cebolla, cuando nosotros habíamos pedido tres, y de carne”
Camarera: “, sí, es que como no me quedaban de carne, pensé que con estas ya harían”…

Qué jeta, digna de un Máster en la Javier Persons' Business School. En fin, todo un show. Nosotros nos tomamos una cena ligera, para preparar bien la ascensión: pizza con patatas fritas.
















Así que nos vamos de allí a toda pastilla, muy a nuestro pesar, y llegamos de nuevo al refugio, que Nacho reconoció porque “es verdad, tiene pinta de hospital antiguo, se ve que es el antiguo hospital de Vielha”. Trola monumental porque tenía unos tochos más nuevos que los de Marbella. Pero en fin, Jose y yo se la pasamos porque él ha pagado la gasolina. Luego, como durante el recorrido nos había dado una vergüenza tremenda telefonear de nuevo al albergue, nos tocaba dar la cara. Debíamos excusarnos, no porque en vez de ocho íbamos a ser cinco -eso ya lo avisamos el viernes-, sino anunciando ahora que al final veníamos sólo tres, y que encima queríamos tan sólo la tarifa básica (dormir), sin cena ni desayuno, que la pela és la pela. Nos suponía un corte tremendo. Pero ahora no podíamos no anunciarle la buena nueva. Así que utilizamos la táctica disimula como puedas:

Llegamos al albergue a las once y un minuto de la noche. Entramos con cara de póker, fingiendo cansancio, y la alberguista pregunta “, ¿sois los cinco?”. Ehem. Nacho se hace el sueco como buen Director Comercial que es. “¡Oh! ¿Cinco? ¿Que no han llegado los otros dos?”. La alberguista, muerta: “No. ¿Vaya, es que les habrá ocurrido algo? Ai, ¡Mare de Déu!”. Entonces salto yo “Ostras Nacho, ¡espera, que los llamo!”, que tampoco quería que le cogiera un infarto a la mujer, y cojo mi móvil y hago ver que llamo y que hablo, haciendo ver que me decían que no, que no llegaban, “vaya, así que aún estáis lejos…”, y que se quedaban a dormir por el camino, “ah, que os cogéis un hostal en El Pont de Suert”, y quedando pues “hasta mañana a las seis de la mañana en el Albergue de Vielha”. Entretanto, se ve que la alberguista le decía a Nacho que “¿qué hace este chico, si aquí no hay cobertura?”, cosa que me repiten al volver a dirigirme al mostrador, me pongo rojo, punyal, que me ha pillado, porque obviamente no había llamado a nadie… Pero por fortuna yo sí, yo sí que tenía las muy deseadas barritas de cobertura. ¡Uf! No pasé por un memo. Y solté “Pues será que tienes Vodafone, porque yo con Telefónica capto señal perfectamente”, y Nacho que responde, rizando el rizo al extremo: “pues será eso, que yo con Movistar no tengo nada”. Nos aguantamos la risa… y la alberguista asiente… “Oh, és clar, és clar”…

Venga, para adentro. Nos lleva a nuestras cinco camas para tres, lo que no es tan desagradable. Ahora bien, ninguno de los tres se esperaba que de tanta humedad las sábanas estuvieran mojadas. Y cuando empezó el concierto de ronquidos nocturnos, Jose se asoma desde su litera, mira hacia abajo iluminando el paisaje con su móvil, y certifica: “Si hijos, sí. De una habitación de cincuenta, nos ha tocado debajo de nosotros el abuelete que ronca”. Y claro, entre el que ronca, el tío al que le daba la luz de la sala de al lado en la cara y se la tapaba con las manos juntas en su rostro como si se hubiera dado con la nariz en una viga, los tardones que entraron con focos en la frente como si esto fueran las cuevas de Altimira, Nacho que no podía dormir, pues nos entró la risa floja… Pero algunos logramos conciliar el sueño. Hasta que…

¡CATACRAAAAAAAAAAAAAAC! La madre de todos los truenos resonó en el albergue, de madrugada. ¡Qué zambombazo! ¡Qué petardo! Un verdadero diluvio. Yo pensé, de veras, que lo siguiente era un alud de piedras, porque aquella traca debía haber removido la tierra. Sí señores, sí. Tras meses de sequía y de verano, va y se pone a llover la madrugada del día D, y no de forma sutil sino con un estruendo que te mueres. No, dime que no es verdad. Que sólo quedamos tres y hem de fer el cim. Pero sí, es verdad. El resto de la noche se oiría, aparte de una disonante pero persistente sinfonía de ronquidos (que Nacho se empeñaba en grabar con su móvil), un repicar de gotas en el techo, dip dip dip, dip dip dip. Un rebote regular, continuo, harmonioso. Un tamborileo que Nacho, que apenas durmió, y yo, que hice cuánto pude, identificamos rápido como lo que era: lluvia. Gotas cayendo celosamente en el tejado. Pero no podemos decir lo mismo de Jose-o-marmota-do-Brasil. Con un gran bostezo digno de Harpo Marx y su bocina (también presente en nuestros remembers del viaje), nos suelta, ya a la mañana siguiente: “yo, es que pensé que ese ruido era... el del aceite que borbotea al hacer huevos fritos. ¡Pensaba de veras que me estaban preparando un par de huevos fritos!”. Sí, señores, sí. El tío creyó que el ruido de la lluvia era el ruido de su camarero particular que le hacía un desayuno especial de huevos f-r-i-t-o-s. Lo que hay que oír, es que vaya tío. Huevos fritos dice. No noi, no. Eso era lluvia, y de la buena. Nosotros sufriendo por el grupo y sin poder pegar ojo, y él regocijándose en su sueño y sus maravillosas fantasías. El mundo es injusto.

Así que ya es la mañana siguiente y el albergue está de pie. Gente de Girona juega a cartas esperando a que amaine el temporal, y uno de ellos, de unos sesenta años, nariz prominente, calva circular, y bigote de vendedor de droguería, suelta, aunque parezca increíble, un “oh caram, es la primera vez que veo una baraja española. Y esto que son, los oros?”, y le responden “que no hombre, que no lo ves, esto son copas”, y él contraataca “ah, ¡copas! Oh caram. Y las espadas, cuales son, las espadas”, y le replican "éstas, que tienen el dibujo de unas espadas”… Un hacha, vaya.

Y se hizo la luz. La luz porque dejó de llover, así que decidimos ponernos en marcha, una media hora después de los de Girona porque ellos eran unos pros y nosotros no dejamos de ser de Can Fanga.
















Me apunto la siguiente garrulería del día al notar, ya empezada la marcha e incluso después de haberme permitido el lujo de pedir presteza a Jose y Nacho, que me he dejado los crampones en el coche. Ole. Lo que faltaba. Tras tanto rastreo en Barcelona por localizar y alquilar crampones, decido volver al coche para que la búsqueda no haya sido en vano. Bajo corriendo y subo como puedo, para reemprender la marcha con Nacho y Jose. Vamos hablando del tío Martín y de la naturaleza para ponernos en ambiente, cuando de repente una bifurcación. Un camino que sigue el río y el valle por un lado, un atajo pedregoso, empinado, lateral pero con un hito de piedras en el otro. Como el Tuc de Mulleres está tapado por las nubes y no tenemos ni idea de dónde está, sabiamente nos decantamos por la opción b. Es que somos gente civilizada, y si hay hito, hay hito y sanseacabó.





















Y eso se pone arduo. El camino se pone difícil, pero nosotros nos abnegamos y subimos y subimos, fuertes como toros, preguntándonos cómo leches nuestro amigo ya apodado “el cinc d’oros” ha podido escalar por ahí, a su edad. Pero nada, juventud divino tesoro, la cabra tira al monte. Arriba, arriba. Hasta que, pasados muchos, pero muchos minutos, quizá una hora, nos preguntamos si estamos en el buen sendero. Es que vaya, no hay sendero, y arriba se pone más vertical que el Everest. Nos asomamos por una carena lateral… y allí está. Allí, en el fondo del valle, subiendo al lado del río, allí está el sendero luminoso que nos llama. Abajo, no arriba. Por dónde hemos venido, no por donde vamos. Oh oh. Oh no. Dime que no. Pero sí. Va a ser que sí. Sí, la hemos pifiado. La hemos liado parda. Hemos subido la montaña equivocada. Olé nuestras narices. Campeones. Los reyes del olfato. ¡La madre que nos matriculó!
















Nuestra odisea entra ya en los anales. Todo esto tienen que ser señales para que no subamos, que hoy no es nuestro día: las dificultades para encontrar el día, el grupo menguante, el diluvio universal, la espera de seis de la mañana a nueve para que deje de llover, las cumbres aún borrascosas, la falta de crampones en las tiendas de Barcelona, el olvido de los crampones en el coche, el camino erróneo. No, tanto no puede ser casualidad. Pero oh, la esperanza y la ilusión es lo último que se pierde. Y como Braveheart enalteciendo a sus tropas, decimos que no, que nada está escrito, que vamos a luchar por ¡nuestra libertad! Y con un coraje imperioso, una pulsión juvenil, un ritmo sereno, empezamos la bajada hacia la bifurcación para reemprender el buen camino. Oh, sí, sí, somos los tres mosqueteros, los tres tenores, los tres jinetes del Apocalipsis, el tridente blaugrana, el triplete culé. Somos... Somos... Uhm. Un momento. No. Parece que no. Pronto nos dimos cuenta de que éramos más bien otra tríada: los tres del Tricicle, los tres hermanos Marx –Harpo, Chico y Groucho- (el cuarto nunca contó), o los tres cerditos.

Porque al bajar lo que habíamos subido, de repente Jose suelta un “¡Ándele! Cómo me patina el pie derecho, es como si los tacos ya no agarraran”. Y se lo mira. El pie. El pie, no la bota. Y es que se le ha caído la suela de la bota. Se-le-ha-desintegrado-la-bota. Entonces se mira el otro pie. Idem. La otra bota también se ha separado de la suela. Oh no. Houston, Houston, tenemos otro problema. Al unísono sus botas habían dicho no. Juntas, unidas hasta la muerte. Nos encontrábamos en medio de la montaña, un día lluvioso, en una pared resbaladiza, con Jose literalmente sin suelas. Con Jose descalzo.

Pero es que ojo que la historia tiene miga. Porque al salir por la mañana, comentando la diferencia entre nuestro atrezzo y el de los montañeros gerundenses (Nacho con tejanos, Jose con las botas que se compró quince años atrás, yo con mi jersei de balonmano), Nacho y Jose explicaron cómo el padre de Jose se metió con Nacho por no tener botas de montaña (Nacho se las tomó prestadas a un amigo), tomando como ejemplo a Jose “mira el Jose, que tiene las suyas desde hace años. Éstas son cosas que se deben tener propias, cosas de una vida, cosas que duran”. Ehem, habló el profeta. Pero para Jeremías, el amigo que prestó a Jose otra parte de su equipo alpino: crampones, cantimploras, mochila… Ya que Jose, por la mañana, también antes de salir, nos comentaba riendo las ocurrencias de su amigo, que le había dicho "ojo Jose con esas botas tan viejas, que aún se te van desintegrar". Ja ja ja, vaya ideas, ¿no? Unas botas de montaña desintegrarse… Sí, sí, que cachondo el amigo. Pero ¡bam!. Va y fue lo que pasó. Se le desintegraron las botas a Jose. Ése si que fue un profeta.





















Así que ya nos véis, a los tres pixapins tomando el camino de regreso definitivo, hacia abajo, tras una serie consecutiva de eventos que hicieron de nuestra cruzada una misión imposible, vetada desde su concepción, bombardeada en su preparación, ajusticiada en su realización. Pero dejamos el listón bien alto. Can Pixa, Can Fanga, ahora sí que nos harán ciudadanos de honor. Cumplimos con todos los requisitos para tal, confirmado ingenuamente por uno de los gironins que, al explicarle que habíamos subido la montaña equivocada y enseñarle el resto de botas de Jose (que acabó la bajada en calcetines), nos señala un monticulito de nada, a poca distancia del refugio, nos pregunta en serio “¿allá?”. Hombre, no fotem, que eso es una protuberancia insignificante, una altura nimia, ¡y tocando el sendero! ¡Hombre de poca fe! El tío de verdad pensaba que no habíamos hecho más que un par de quilómetros… Lo que hay que oír.

Y ésta es la gloriosa historia de nuestra fallida ascensión al Mulleres, un 5 de julio de 2009, jornada posterior al día de la independencia americana. Jose, Nacho y Jorge, hombres de valor, hombres de principios, hombres de objetivos. Pero un día, un día el Tuc será nuestro. Y entonces, con nuestro fogoncito portátil, nos haremos los huevos fritos de recompensa. Huevos fritos en el monte. Porque sí, también nos habíamos llevado un fogoncito de butano, faltaría más: que somos lo que somos, y las cosas, o se hacen bien, o no se hacen.

***

*Ignacio alias el Nacho ascendió el Turó de l'Home a pata coja en el 2019. Cuentan que fue porque seguía con las mismas botas que en el Mulleres, y la derecha ya le empezaba a flaquear.

*Jose Ignacio alias el Jose coronó el Pedraforca en el 2024, de noche, vestido con el traje tradicional de los pastores del lugar.

*Jorge alias el Jorge subió con crampones el edificio Eismann de Barcelona en el 2031. Cuentan que desde el Mulleres su vida siempre fue una constante búsqueda del hielo en altura.

Los héroes suelen ser recordados por sus hazañas. Sin embargo, en esta ocasión nuestros héroes serán recordados por lo que intentaron, no por lo que consiguieron.

Monday, June 22, 2009

Las últimas fronteras












Algunos habréis visto el vídeo que puse hace unos días, en el que se preguntaba a la gente dónde les gustaría despertarse al día siguiente. Yo no di mi respuesta, pero hoy os doy una variación sobre el tema. ¿Cuándo te hubiera gustado vivir? Pues la verdad es que me hubiera gustado nacer antes de la segunda guerra mundial, o quizá antes de la primera. En un tiempo en el que aún no existía la globalización pero en el que sin embargo algunos ciudadanos como Willy Fogg hubieran podido viajar de un país a otro sin necesidad de papeles y permisos. Cierto que entonces muy pocos tendrían la capacidad material necesaria para tal hazaña (a diferencia de ahora, con nuestros vuelos y agenicas de viajes), pero al menos en aquel tiempo no se reducía directamente a las personas con un número identificativo. Pero no es esta facilidad administrativa (que para mí es una seña de humanismo) lo que me interesa de esa época no tan lejana, sino otro detalle: simplemente, que cada pueblo aún guardaba sus características propias, cada civilización guardaba sus tradiciones, su vida, sus tesoros inmateriales. No digo que el desarrollo actual no haya traído beneficios a muchos lugares del planeta, pero hoy en día vivimos en un mundo en el que demasiado a menudo la civilización principal ha desbordado con su sub-sistema (“el consumo de masa”, que por definición mismo inutiliza a la persona, ahogándola en un grupo anónimo para que la suma de sus pequeños gastos pueda suponer un gran balance final para la empresa vendedora), casi como una plaga. Hoy nos hemos multiplicado de forma tal que no hay frontera física, porque nos hemos invadido mutuamente en la realidad del espacio y en la ficción de lo virtual. Ya lo hemos visto todo por la tele, ya no nos supone tanta impresión ver la Torre Eiffel por primera vez, o soñar con las invenciones técnicas para la agricultura o el diseño de muebles que se verían en la Exposición Universal de París o Barcelona a finales del XIX. Por ejemplo, yo de pequeño siempre soñé con Damasco y Bagdad. No tenía ni idea de lo que podía haber allí, pero para mí eran nombres mágicos, ciudades donde mercaderes guardaban sus tesoros, ciudades en medio de desiertos y montañas que albergaban palacios de agua, princesas con zapatillas de tela fina y colores y de suela de cuero, caballos por las calles y camellos en las esquinas. Pero hoy, hoy Bagdad es el Bagdad de las bombas, la ciudad destruida, y reconstruida por empresas occidentales con falsos palacios de plástico y pladur. Los barrios pobres no son casas de barro y cañas, sino chabolas de plásticos y antenas de televisión. La gente está convulsa porque lejos de tener el enemigo que todo pueblo tiene –el vecino-, le cayó el ataque por encima, de no saben quién, sin saber por qué, por unas guerras de oro negro alimentadas por su dictador y bebidas por los occidentales.

Ahora estamos en todos lados, no hay mundos secretos ni reinos perdidos, y las fronteras físicas y culturales han desaparecido a favor de unas fronteras administrativas y de papel. Es un mundo falso, sin rumbo, en el que ya no vale ni el honor de la guerra. Creímos que el desarrollo nos haría mejores, y eso ha sido el problema de todo. El desarrollo nos hace más eficientes, pero no nos hace directamente mejores: mientras que el desarrollo nos facilita la vida sin que nosotros tengamos que aplicarnos en ello, para ser mejor hace falta que cada uno de nosotros se aplique en ello. El desarrollo podría ser un catalizador, pero en todo caso está visto que estos términos no guardan una correlación directa. Hubiéramos tenido que ser humildes y aceptarlo: no hay ningún mal en admitir que no se es perfecto. Al revés, es una virtud, o incluso diría una necesidad, porque ignorar que se hace el mal no es mucho mejor que hacerlo expreso. No, no hay que creérselo, hay que ser más escéptico, hay que pensar más. Se debe ser consciente de lo que se es, e intentar mejorar, pero sobre todo se debe ser consciente de nuestras limitaciones, para no caernos de bruces el día menos pensado, y para no estar limando la vida de otros sin darnos cuenta.

Sí, me hubiera bastado vivir hace cien años, años en los que África aún era feliz sin nuestra intervención, años en los que como en la canción de Sabina, hubiera sido mercader en Damasco, gitanito en Jerez, taxista en Nueva York, pintor en Montparnasse, tabernero en Dublín, mejor tiempo en Le Mans, cazador en la India, marinero en Marsella... o explorador en en Nilo, escriba en Egipto, buda en el Tíbet, cazador en la sabana, Inuit en el polo, buscador de oro en Alaska, Inca en los Andes, Tuareg en el Sáhara, artesano en Florencia, gondolero en Venecia, seminarista en Roma, cowboy en el Oeste, modernista en Barcelona, ninja en Hiroshima, Bruce Lee en la China, pastor en los Alpes, caminante en Santiago, compositor en Viena, agitador en Moscú, gángster en Chicago, pescador de l'Escala, industrial en Terrassa, cineasta en Los Ángeles, National Geographic en Namibia, chamán del Amazonas, estudiante en París…

Tuesday, June 9, 2009

La palabra, el pensamiento y la creación











Vi hace poco un reportaje sobre la obra de Stephen Hawking, el físico reconocido por sus estudios sobre el Bing Bang, el origen del Universo, una teoría holística que lo ligue todo y nos diga cómo es que podemos estar aquí, hoy. Pero yo hoy no voy a hablar sobre cosmología ni física, lo que pasa es que al ver ese reportaje me entró mucha curiosidad no sólo el tema en sí, sino también ver a la persona trabajar, pensar. Porque Hawking no puede hablar, no puede moverse apenas … y no pude sino preguntarme sobre lo ligados que están o no el pensamiento y la palabra. Es un tema típico de filosofía, lo sé, se ha tratado mucho sobre ello, y por desgracia no lo he leído. Pero es que al ver a Hawking trabajar, vi claramente en práctica un enigma que en teoría, para mí, sólo existía en nuestras mentes. Me hizo pensar en ello porque se le veía reflexionar, y esa batalla entre pensamiento y palabra que existía en su mente (batalla en su caso entre símbolos y pensamiento, alfas betas y ces al cuadrado), me vino a la cabeza porque había su transposición más grosera con la batalla entre la frase ya formada en la mente de uno y la expresión de esa frase al mundo exterior. De hecho, Hawking pues sólo fue un puente, que me llevó como la madalena a un dilema que recordé entonces.

El problema es fácil, y si nunca os habéis parado a pensarlo, podéis sin problema hacerlo ahora: ¿cuando pensáis, utilizáis palabras, o las palabras son tan sólo el lenguaje que utilizáis para dar a conocer el resultado de vuestros pensamientos? ¿Palabra y pensamiento están unidos, se puede pensar cosas complicadas sin tener esa herramienta virtual que es la palabra? … El otro día, al ver a Hawking en acción, me vi de lleno en el problema, gracias a esa transposicón que se aprecia en su caso, una transposición mucho más visible ya que no ocurre tan sólo en la mente, sino justamente en la salida de la idea fuera de la mente, donde por definición el resultado será visible al resto. Él, ahora, sólo puede comunicarse de forma “binaria”: moviendo un solo músculo de su cara. Nada más. Un solo músculo. Sólo dos mensajes posibles: 1 (movimiento), 0 (no movimiento). A través de un programa de ordenador, desarrolla pues sus frases, pero os podéis imaginar la velocidad. Y es que aparte de la palabra, hay algo bastante esencial para desarrollar el pensamiento: un lápiz y un papel, o algo equivalente. Es muy difícil resolver una ecuación sin escribirla, por muy sencilla que sea la ecuación. Todos los matemáticos, escritores, dibujantes, todos hacen uso del borrador, donde, al ver la idea en un soporte externo, la perciben desde un punto de vista externo, y pueden pues trabajar sobre ella, desarrollarla, probarla, retocarla, añadir, sacar, etc. La herramienta exógena ayuda a adelantar, es como tener un disco de memoria externa para nuestro ordenador, una memoria RAM que nos ayuda a ir más rápido -incluso que nos ayuda a "ir", sin ella no podríamos movernos-. ¿Pasa lo mismo en la mente? ¿Las palabras son nuestra memoria RAM que almacenan conceptos que existen de otra forma? ¿Sólo podemos tener ideas de algo que conocemos, ideas vocalizables, explicables? ¿O una idea puede ser algo que está ahí pero que, como el que en un sueño quiere hablar y no puede, se queda encallada, no sale? ¿Qué es una idea? ¿Son pequeñas descargas eléctricas neuronales, es una cantidad de electrones, es algo con masa o un cuerpo etéreo…?

¿A quién no le ha pasado eso de tener una palabra en la punta de la lengua, sentirla, saber que está ahí, y sin embargo no poder capturarla? ¿O esa sensación de ver pasar una idea por la mente, como una estrella fugaz, y no poder atraparla: era una frase estructurada, eran símbolos, era una combinación de impulsos eléctricos neuronales? Supongo que la neurociencia se encarga de encontrar y definir esta situación. Es realmente volcánica la actividad que pasa por el cerebro. Freud ya lo adelantó con el subconsciente, toda esa parte existente pero entonces aún latente de nuestra persona. Una vez, tras haber tenido unos cuarenta grados de fiebre, fui incapaz de explicar con palabras lo que me pasó durante mi delirio, mi malestar, mi sudoración. No eran sueños, era un estado que yo no pude explicar con palabras. Era como un caleidoscopio, pero no visto desde fuera, sino que yo era el caleidoscopio… Y no recuerdo, no recuerdo más, porque quizá mi cerebro tan sólo recuerda lo que puede ordenar con palabras… O quizá no, quizá un día esa madalena me recuerde ese estado, como el olor súbito nos recuerda ese día del verano del 64…

Pero eso son estados pasivos, cosas que nos suceden, no cosas que realizamos. Pero pasa lo mismo con lo reflexivo. ¿Qué es pensar? ¿Cómo se pasa del momento cero al momento en que pam, aparece el inicio de una idea? ¿Es una transición? ¿Es una resolución de ecuaciones con hipótesis que tenemos almacenadas en el cerebro? ¿Pero y la primera idea, cómo nace, cómo sale de la nada? Al ver pensar a Stephen Hawking sobre el inicio del Universo, yo no podía sino pensar en el inicio de su pensamiento. ¿Qué le pasa por la cabeza? ¿Una imagen de estrellas y galaxias explotando o una ecuación? ¿Algo concreto o algo abstracto?

Me quedé pues meditando un buen rato, perplejo de lo que acababa de ver. No sé, no sé qué es lo que pasa. Como en la película “2001 Odisea en el Espacio”. Una película que retrata perfectamente la diferencia entre evolución y revolución, en esa escena del principio, cuando el simio coge el hueso y con él rompe los cráneos secos. Se ha dado cuenta de lo que ha hecho: una ruptura con la historia. Desde allí ya nada será igual. Y lo ilustra Kubrick en ese plano en que el simio tira el hueso al aire… y la siguiente escena es la nave espacial flotando en el espacio, girando lentamente como giraba el hueso en el aire. Entre coger el hueso con la mano para utilizarlo de herramienta, y volar en el espacio, no hay ningún dilema: es una simple evolución. El verdadero dilema está en el inicio, cuando coge y utiliza el hueso como herramienta, en el momento creativo, no en el momento evolutivo. ¿Qué le pasó por la cabeza para hacer algo que nunca antes se hizo? Eso mismo me pregunto yo: ¿qué pasa por nuestra cabeza que podamos hacer tantas cosas desde cero? ¿Qué está ocurriendo en mi cabeza ahora mismo?

Saturday, June 6, 2009

La pequeña historia del coche eléctrico










“Y de repente, con el siglo XXI apareció el coche eléctrico”. Así podría empezar este texto, pero nos estaríamos alejando de la verdad. Porque no ocurrió de esta manera: el coche eléctrico es una realidad que siempre ha estado ahí, desde el inicio de los tiempos modernos. Uno creería que estos vehículos han invadido el panorama mundial en tan sólo un año, cuando de hecho el vehículo eléctrico no es para nada una invención reciente. A principios del siglo XX se conducían más coches eléctricos que vehículos de gasolina, pero la autonomía limitada de las baterías frente al desarrollo incesante del motor de explosión decantó la balanza hacia esta última tecnología. Sobre todo porque la gasolina era una materia barata, y en su día mucho más controlada por empresas occidentales. Pasaron los años, y el coche eléctrico siguió estando ahí, aunque cada vez sus líneas eran menos convencionales, su presencia más escasa, y se le relegó al estatus de “prototipo del futuro”. Presente, eso sí, en cada Salón del Automóvil. Hacia finales del siglo XX reaparecieron iniciativas mucho más reales, como el caso del vehículo de General Motors EV1, sobre el que trata la película ganadora en el festival de Sundance “¿Quién mató al coche eléctrico?”. Y casi sin darnos cuenta, sin prestarle demasiada atención, nos dimos cuenta un día de que ya no nos extrañaba oír hablar de coches híbridos, de que pequeños coches eléctricos circulaban en lugares concretos haciendo publicidad para tal marca, o de que los autobuses urbanos circulaban con energías alternativas. El cambio ya estaba aquí: ¿Qué es lo que pasó, que no nos dimos cuenta?

Pero esto lo veremos de aquí a un rato. No abandonemos ahora la candente actualidad e intentemos ver cómo, de repente, tras algunos años de coexistencia silenciosa, nos dimos cuenta de que algo estaba pasando. La gracia de la situación es que, de hecho, no nos dimos cuenta de que la industria del automóvil ya venía preparando desde hacía tiempo soluciones eléctricas. Lo que pasó es que de repente nos dimos cuenta que queríamos un coche que consumiera mucha menos gasolina. Que no consumiera nada. Y entonces hicimos memoria: ¿Oye, no se había hablado hace algún tiempo de los coches eléctricos…? El despertar para el consumidor fue en verano de 2008: simplemente cuando el precio del crudo sobrepasó los 140 dólares por barril (ahora está en unos 50). Y bien decimos aquí “consumidor” y no “ciudadano”, ya que son dos identidades bien distintas que llevamos cada uno de nosotros en nuestro interior: somos uno, pero pensamos de dos maneras en función de la situación. Como ciudadanos y soñadores, intentamos velar por el bien común de nuestra sociedad, y en más de una ocasión habremos soñado con bólidos de este tipo, con energías renovables, con transporte público para todos y paz en el mundo. Como consumidores, comparamos los puntos fuertes de cada oferta con nuestro bolsillo individual antes de nominar al elegido: por desgracia, las limitaciones del vehículo eléctrico eran demasiado fuertes como para hacer caso omiso de ellas. Sobre todo a dos niveles: autonomía (kilómetros que se pueden recorrer) y precio. Como indica un estudio del RACC, si bien es cierto que entre dos vehículos parecidos estamos abiertos a escoger al más verde, bajo ningún concepto estaremos dispuestos a pagar más por ello. Y es que en este caso lo verde no es un atributo del que disfrutemos directamente: es un atributo “social”, que hace disfrutar a todos tanto como a mí, pero que además necesita que el resto de personas haga lo mismo para que se note, al final, cierto impacto global y de ahí individual. A diferencia del GPS de serie, del que se beneficia directamente el comprador del coche. Así pues, el detonante económico surgió con el precio de la gasolina por las nubes, que hizo que el coche eléctrico fuera una opción doblemente positiva: económica y respetuosa con el medio ambiente. El consumidor estaría dispuesto a pagar algo más por un vehículo eléctrico, porque recuperaría dicha inversión en el menor consumo de energía. Conducir 100km con un coche de combustión interna cuesta de media 6,60€ en gasolina. La misma distancia con un coche eléctrico cuesta 1,50€ en electricidad. O lo que es lo mismo, tras una vida útil media de 150.000km, se ahorran unos 7.650€. Y eso ya empiezan a ser palabras mayores. Cuando se trataba “tan sólo” de salvar al planeta, no era suficiente. Igual que en el supermercado, no todo es la calidad: también hay que ver el precio. Pero veamos entonces esas cualidades ecológicas que hicieron del coche eléctrico como una apuesta de futuro cada vez más viable.

La conciencia verde se desarrolló fuertemente a finales del siglo XX - principios del siglo XXI, coincidiendo con una etapa de bonanza y crecimiento que nos permitía descentrar la mirada del imperativo puramente económico para adentrarnos más en otros aspectos de la vida. Fue la época del shock del efecto invernadero, el agujero de la capa de Ozono, los acuerdos de Kyoto, la eclosión de gigantes industriales con un potencial inaudito como China o India, el constante aumento de población en la Tierra y los riesgos medioambientales que todo ello suponía. La democratización de esta conciencia ecológica influyó pues en la idea de realizar coches más ecológicos: que no contaminen, que no consuman. El coche eléctrico cuajaba de lleno en esta visión. Sin embargo, seamos críticos y señalemos que el coche eléctrico es tan sólo el catalizador perfecto que favorece que la emisión final de CO2 sea casi nula tras un trayecto en él, pero el vehículo eléctrico en sí no es la panacea universal. Sí, el coche eléctrico no consume gasolina y no tiene motor de combustión que contamine: eso es ya un punto enorme, pero hace falta ver cómo se ha creado la energía eléctrica que consume. La pelota pasa pues del lado de las compañías energéticas, que deben entonces generar esa electricidad de forma limpia (energías renovables como la eólica y demás) y no con plantas térmicas de fuel o carbón. Si la electricidad que utiliza el coche eléctrico le viene de una central de fuel, las emisiones de CO2 existen igual, sólo que no las vemos. Pero para ser igualmente justos en nuestro análisis, no concluyamos que se trata de un hipócrita “ojos que no ven, corazón que no siente”. Ya que por un lado es mejor que las emisiones se concentren en plantas energéticas alejadas de núcleos urbanos, que emitidas por los vehículos en el aire de las ciudades que respira la mayor parte de la población (este argumento es indiferente para el problema del efecto invernadero, pero no para la salud pública en lo inmediato). Y por el otro, es también más fácil tratar las emisiones tóxicas si éstas se encuentran centralizadas que si son diseminadas por miles de vehículos. En fin, la puerta para un futuro más verde quedaba abierta gracias al vehículo eléctrico, sin embargo hacía falta un estímulo más fuerte para acelerar la reacción. Y hay que señalar que las eléctricas recogieron el guante, y eso no tan sólo a causa del coche eléctrico. Las energías renovables suben con fuerza: España es por ejemplo el tercer productor de energía eólica en el mundo, tan sólo detrás de Estados Unidos y Alemania. Y la aventura continúa: en noviembre de 2008, en el punto álgido de una tormenta, el 40% de la energía del país fue producida por el viento.

Así, tenemos ahora de nuestro lado el factor calidad y el factor precio. Y es que a pesar de que hoy en día se ha difuminado un poco el efecto de la subida de precio de la gasolina, la herida sigue ahí. Porque nadie duda de que si los precios de la gasolina han vuelto a una normalidad aparente… es porque esta normalidad aparente se llama “recesión”. Tan pronto se deje atrás la crisis, la rueda de la economía se pondrá en marcha de nuevo, y con ella se activará la demanda, la actividad industrial, la necesidad de materias primas. Y el precio de la gasolina volverá a subir. Y en esos niveles se quedará. La industria del automóvil, algunas marcas más que otras, se puso pues manos a la obra anticipándose a los hechos. No olvidemos tampoco que una crisis profunda es también una ocasión para poner en duda dogmas que parecían intocables y favorecer así el nacimiento de nuevas propuestas. De este modo, si la respuesta del mundo del automóvil ha sido tan veloz, es porque también lo viven como un tren al que subirse para salvarse de la quema. Estas nuevas propuestas nacieron sobre todo con el Toyota Prius, que saltó a la palestra hace más de diez años (en 1997) como una apuesta revolucionaria del primer fabricante mundial. Sin ser un coche de lujo, fue un coche selecto, pero su éxito es latente con más de un millón de unidades vendidas a día de hoy. Hoy no sólo es el líder en el sector de híbridos, sino que además es uno de los mejores coches del mercado. Esta primera apuesta por la hibridación (combinar un motor de explosión “de toda la vida” con un motor eléctrico) era la primera apuesta por la electrificación del vehículo. Poner dos motores en un coche (uno que se alimenta de gasolina, el otro de electricidad) creaba ciertamente algunas complicaciones, pero fue la solución creada vista la imposibilidad de alcanzar suficientes kilómetros con tan sólo un motor eléctrico y sus baterías. La eficiencia del vehículo híbrido venía del hecho que el motor eléctrico es capaz de recuperar la energía del automóvil, en momentos de deceleración sobre todo: energía que anteriormente se perdía. Un sistema que desde este año se aplica en los monoplazas de Fórmula1, con el famoso KERS (Kinetic Energy Recovery System – Sistema de Recuperación de Energía Cinética). El motor de explosión sólo nunca hubiera podido recuperar esa energía: el motor eléctrico acababa de encontrar su lugar. Se trataba ahora de acabar la obra e intentar ganar prestaciones en autonomía para que el motor de explosión fuera totalmente prescindible.

Y es ahí donde entraron en juego las sinergias entre diferentes industrias. Y es que si las baterías se enchufaron, fue porque hacía tiempo que habían puesto las pilas. Si durante todo el siglo XX no hubo apenas industrias que hicieran prosperar el sector de las baterías, a finales del mismo surgió un nuevo sueño para el hombre. El sueño de la movilidad. El sueño del teléfono móvil. Y del ordenador portátil. El caso del teléfono es revelador, porque, de forma similar a lo que ocurre con el automóvil, no sueles necesitar el teléfono si ya estás con quien deseas, sino que lo usas justamente cuando estás lejos, cuando estás perdido, cuando no estás en casa. En ese lugar no hay enchufes ni cable. Se tenía pues que depender de la propia energía de la batería. ¿Quién no recuerda hoy los zapatones que se enganchaban en la oreja los primeros ejecutivos con teléfono portátil? Aquella batería vetusta y enorme ha dado paso hoy en día a una batería con mucha más capacidad en un espacio mucho menor. Son las mismas baterías de ion-litio que hoy se utilizan en el mundo del vehículo eléctrico. Y es éste el campo que más investigación y desarrollo está suscitando, con el objetivo de llevar los coches eléctricos actuales más allá de los 160 km en una sola carga – a un precio razonable. Sí, siempre existen las excepciones, coches “enchufables” como el Tesla que van mucho más allá, pero de lo que se trata ahora es de pasar de la exclusividad y el prototipo a la alternativa real.

Y es aquí dónde nos encontramos hoy en día. Lo de la revolución híbrida ya es más una realidad que una ficción: al éxito del Toyota Prius se le acaba de sumar el Honda Insight, que además se auto-declara “el híbrido para todos” al tener un precio algo inferior a 19.000 dólares. Un precio más que correcto para un coche de grandes prestaciones. Ford y General Motors ultiman también sus nuevos híbridos, así como Mercedes o incluso Seat, con el León Twin Drive Ecomotive cuyos prototipos se están desarrollando en la planta barcelonesa de Martorell. Y BMW, y Volvo, y Volkswagen… no hay fabricante que no esté pensando en sacar un modelo de consumo reducido con tecnología eléctrica en su interior. Además, la situación política también ayuda: ya sea a causa de la crisis o por políticas de largo plazo, muchos gobiernos están sacando adelante textos de ayuda al automóvil verde que son más que un simple impulso para la electrificación del parque móvil. Por ejemplo, en Estados Unidos se ofrece una ayuda directa de 7.500 dólares por comprar un coche eléctrico o híbrido. En el Reino Unido ofrecen una cifra similar, en libras. Y ahora el plan Movele en España también se suma a las ayudas a la adquisición. Pero no es sólo la incentivación para los que se sumen a la fiesta, sino que se realizan leyes constrictivas para reducir de forma obligatoria las emisiones de CO2 y gases tóxicos y obligar a todo el mundo a cumplir unos mínimos que, desde mayo del 2009, son infinitamente más estrictos que los que había en el pasado: la eficiencia de los vehículos deberá ser un 40% mayor ya en 2016 (con la misma cantidad de combustible, se deberá poder recorrer un 40% más de kilómetros).

Todo indica pues que el cambio ya está aquí. Y no sólo el cambio evolutivo que suponen los híbridos, sino la verdadera revolución que suponen los vehículos puramente eléctricos. Es el caso de Mitsubishi iMiev, del Nissan EV, de la compañía Tesla Motors con su Roadster y su Model S, de los Think o los Bluecar (una apuesta común del diseñador italiano Pininfarina con el industrial francés Bolloré). Estos vehículos suponen un gran adelanto frente a los pequeños coches eléctricos que ya existían, pero que difícilmente podían competir en el mismo mercado que los turismos destinados al consumidor base. Los coches eléctricos que circulaban hasta ahora solían ser pequeños modelos, de prestaciones muy limitadas, con un público objetico muy limitado (personas realmente dispuestas a sacrificar mucho por su ideal ecológico). Ahora, hasta los amantes de los coches se pueden comprar un bólido, que, encima, es eléctrico. Y los ingenieros del mundo del automóvil saben que si se saca el motor de explosión, no se saca tan sólo la gasolina, sino el aceite, los filtros, los catalizadores, hasta incluso el cambio de marchas o el diferencial… todo para crear un automóvil completamente nuevo.

Serán seguramente los híbridos los primeros en afianzarse en el mercado, por no carecer ellos del problema de autonomía y porque, a su vez, al aparecer las nuevas versiones “plug-in” (“enchufables”) de los mismos, serán un catalizador para la creación de una red de recarga de vehículos eléctricos, una condición necesaria para los vehículos puramente eléctricos como lo son las gasolineras para el motor de explosión. Es por eso que hoy en día ya se están empezando a ver muchas iniciativas en lo relativo a la construcción de infraestructura de recarga. Éste es un ámbito en el que el papel del sector público adquiere mucha más importancia. Si bien es cierto que, por un lado, los proveedores de dichas estaciones de recarga serán de iniciativa privada (y así lo certifican las diversas empresas que ya están presentando proyectos y asomando la nariz), la localización de éstas será en primer lugar en suelo público. Porque, a diferencia de las gasolineras, se deberá dejar el automóvil cargando durante un buen rato. Es decir, se deberá dejar el automóvil aparcado. Otra soluciones son obviamente los parkings privados, de centros comerciales, de supermercados, de estadios, etc. Y todo eso sin mencionar que los primeros usuarios de vehículos puramente eléctricos serán los entes públicos y las personas con alto poder adquisitivo. Los entes públicos como municipalidades y alcaldías ya que el ayuntamiento que invierte en una infraestructura de coches eléctricos y en la adquisición de éstos, está invirtiendo en salud y bienestar de sus ciudadanos, así como impulsando nuevos sectores económicos de crecimiento. En cuanto al consumidor, un ciudadano con una renta media-baja no adquirirá hoy un vehículo eléctrico ya que apostará más bien por un vehículo que cubra todas las posibilidades de viaje. En cambio, el consumidor que goce de una mejor situación económica podrá permitirse el ir a trabajar con un gadget eléctrico de última generación, ya que además lo recargará simplemente enchufándolo en su propio garaje (no le preocupa pues el tema de la infraestructura de recarga, ya que tiene su enchufe en casa y no realiza a diario más de 160km). Se lo puede permitir a nivel económico debido a su poder adquisitivo, y a nivel cualitativo porque para la escapada de fin de semana siempre tendrá su híbrido de grandes prestaciones esperando en el garaje. Cierto, es una lástima que no todos los individuos se sitúen en la misma línea de salida, pero no es una característica de los coches eléctricos sino de cualquier tecnología: la adquiere el que se la puede permitir o el que realmente la desea o necesita. Fue el caso de la televisión, del ordenador personal, de los móviles, de los portátiles… Deberá pasar un tiempo, que permita las economías de escala, la reducción del precio, el aumento de las prestaciones, para que el público en general pueda permitirse tal vehículo. Sin embargo, la buena noticia es que el aire no discrimina: pobres y ricos, peatones o automovilistas, todos se beneficiarán de la reducción de emisiones tóxicas y de CO2.

Así, ya hay muchas ciudades que han apostado por ellos, allanando el terreno para que en el futuro cualquier persona pueda circular en vehículos que tan sólo consuman energía eléctrica. El punto fuerte de las ciudades es, además, que muy a menudo poseen una flota de vehículos “cautiva”. Es decir, que no se van de la ciudad: el problema de la autonomía no lo es tanto para dichas flotas. Son los coches de la limpieza, de la compañía de aguas, de mantenimiento, de transporte urbano, etc. No se trata pues tan sólo de vehículos turismo, sino que también de autobuses, de camiones y camionetas. Barcelona estrenará en noviembre 72 vehículos eléctricos para su flota de la limpieza: estos vehículos reposan durante el día, cargándose en las estaciones de reciente creación, y salen a recoger la basura y limpiar las calles por la noche, cuando el resto del parque automovilístico de la ciudad reposa. La Guardia Urbana de la misma ciudad ya adquirió hace poco dos automóviles híbridos. Estas acciones municipales, así como las acciones legislativas de gobiernos centrales, son impulsos necesarios para pasar de la acción individualista del consumidor a la mentalidad colectiva del ciudadano. Como decía, las dos formas de obrar pertenecen a la misma persona, y las dos son totalmente legítimas. Pero para sacrificarse como ciudadano por el bien de todos, hace falta primero tener un cierto bienestar individual. Así, el individuo que se quiere comprar un coche para circular por la ciudad, si sabe que el ayuntamiento está colocando estaciones de recarga de vehículos eléctricos, se planteará con más facilidad la opción de adquirir un coche eléctrico en vez de un vehículo de combustión interna. El hecho de que el representante de la voluntad colectiva (gobierno, municipio, alcaldía) actúe con las herramientas que el individuo le dio en su día (voto de confianza e impuestos) para favorecer acciones costosas a corto plazo que pocos individuos realizarían, es la culminación del contrato social que ambas partes tácitamente firmaron. Los coches eléctricos tienen listas sus últimas versiones, las estaciones de recarga ya tienen la tecnología a punto, las energéticas están produciendo energía limpia: ahora sólo falta combinar estos elementos en la carretera para que se creen más sinergias y el viaje pueda ser largo y placentero.

Tuesday, May 19, 2009

¿Dónde te gustaría despertar mañana?


I found this video on the web. It's great. I put some comments after it... but I think you should see the video before. Also, if you like this one, go to their site on Vimeo (click here) and see the others (London, New Orleans...). It's fantastic. Where would you like to wake up tomorrow?


It's so nice to see people's answers. What is amazing is the capacity of taking the question to your own dreams... Some persons simply answer "my bed", because it's true, it's home, it's safe, and it's a very good answer. Some others answer a place in the world, a place they have seen in films, a place they want to discover. Others relate it to a person, the room of my boyfriend, the house of my partner, the place does not matter, it's the people you are with. And some others travel in time, simply thinking out the box, what a nice state of mind: a place they create themselves (drawers you open and surprises come up from there), the best place possible (Paradise). Or again, a place with someone, with your dead father, that died in Queens because he was shot. Oh, what a video, what a story. A travel to people's mind. Absolutely great. 

Monday, May 18, 2009

La realidad y la ficción (2)























Hace un año, un domingo, salí a pasear por Barcelona. Tras un rato deambulando, me senté en las escaleras del MNAC: se está bastante tranquilo, sin coches, con el aire un poco más puro de Montjuïc, además hay una buena vista de la ciudad. Y entonces aparecieron por allí, sin hacer demasiado ruido, Woody Allen y su equipo. Rodaron una escena de la película Vicky Cristina Barcelona, y siguieron su camino. Meses después reconocí la escena, sentado en el cine, en la que Rebecca Hall charla con no recuerdo quién, mientras bajan las escaleras de piedra, con vistas a la avenida María Cristina y sus fuentes.

La película me dejó indiferente, nada que ver para mí con la divertida Auberge Espagnole, donde en vez de enseñarnos escenarios de lujo como esta escalinata bajo la luz dorada del atardecer, en vez de mostrarnos estereotipos como el artista creativo que conduce un descapotable rojo a lo James Dean y vive en una mansión de ensueño (pese a su padre ser poeta), se nos presentan unos jóvenes locos de vivir, las pintadas del Raval, el timbre que no funciona y la ropa tendida al sol. Vicky Cristina Barcelona es una postal, l’Auberge espagnole una atmósfera.

Y sin embargo, sigo pensando que sí, que hay postales artísticas, en la que sólo cuenta la asociación, que dan mucho más de sí. Quizá porque se asemejan más a lo imposible, a lo ideal. No sé si es algo propio mío, pero hay imágenes que me ponen la piel de gallina. No es lo mismo ver Barcelona con Vicky o Cristina… que verla con Batman, por ejemplo. Con el cómic, el dibujo, no la adaptación hollywoodiense. Sé que hay gente que se echará las manos a la cabeza con tal mezcla, mucho tiene que ver con que no tenemos mucha cultura del cómic, y lo percibimos como algo infantil. Sin embargo, en Francia o Bélgica, las viñetas circulan por todas las esferas, incluídas las más intelectuales. He visto a catedráticos de la Sorbona charlar sobre bandes dessinées. A mí me pasa eso, me fascina el poder eterno que tiene un dibujo, una instantánea. Me gusta ver dibujado lo que es real, del mismo modo que me gusta que la catedral de Gaudí imite formas naturales.

Ver un par de turistas en Barcelona es algo normal. Pero ver a Batman en Barcelona, eso es increíble. Ver al Manchester United en nuestras calles es prometedor, pero ver a Oliver Aton fichar por el Barça, eso es ya un sueño hecho realidad. Al menos para los que somos de la generación de los ochenta: los que nacieron un pelín antes aún disfrutan con Eric Castel vistiendo la misma camiseta. O Mortadelo y Filemón compitiendo en las olimpiadas. Supongo que es ese proceso de identificación que nos hace sentir a gusto, un sentimiento de pertenencia, de compartir algo en nuestra vida. Ellos son los héroes, y si en vez de ser ficticios –de Gotham- son de un lugar cercano, la pasión crece. Como la casa de Julieta en Verona, donde día tras día se reúnen los turistas y observan esa hiedra que sube hasta el balcón. Y dónde yo también me hice la foto.

Sunday, May 17, 2009

La realidad y la ficción (1)















Fue un shock inmediato cuando, al volver a Barcelona tras un tiempo en el extranjero, me di cuenta de que la ciudad acaba de haber dado un salto al futuro. No, un salto al pasado. No, un regreso al futuro. No, un salto a la ficción. Bueno, no sé el qué. Pero lo que sí sé es que estaba presenciando lo que años atrás se había escrito en un libro de ciencia ficción. Bueno, en un libro cómico. Bueno, en un libro, vaya. Y sólo pude pensar en la cara que debió poner Eduardo, sentado delante de su café con leche, una mañana cualquiera, con El País encima de la mesa, al leer esa noticia. Oh, no, no era ninguna noticia bomba, nada sobredimensional. Pero ese anuncio de que la ciudad iba a incorporar una flota de bicicletas rojas para bajar de Sant Gervasi al Moll de la Fusta era lo más. Era eso que él había ideado como solución idealística pero fantasiosa, y ahora se estaba haciendo realidad delante de sus propias narices. Nosotros que pensábamos que los de la nevada del 62 serían para siempre los únicos en poder bajar Balmes deslizándose sin motor por la calzada, vimos que de aquel momento en adelante, la profecía del extraterrestre en busca de Gurb se hacía realidad. El autor todavía se debe estar riendo, y yo creo que debe estar feliz. Ay, que bueno debe sentar eso de ser un visionario. Sobre todo en clave de humor. 

"Quizá la gente haría más uso de la bicicleta si la ciudad fuera más llana, pero esto tiene mal arreglo, porque ya está casi toda edificada. Otra solución sería que el Ayuntamiento pusiera bicicletas a disposición de los transeúntes en la parte alta de la ciudad, con la cuales éstos podrían ira al centro muy deprisa y casi sin pedalear. Una vez en el centro, el propio Ayuntamiento (o, en su lugar, una empresa concesionaria) se encargaría de meter las bicis en camiones y volverlas a llevar a la parte alta. Este sistema resultaría relativamente barato. A lo sumo, habría que colocar una red o colchoneta en la parte baja de la ciudad para impedir que los menos expertos o los más alocados se cayeran al mar una vez efectuado el trayecto descendente. Quedaría pendiente, claro está, la forma en que la gente que hubiera bajado al centro en bicicleta volviera a la parte alta, pero esto no es cosa que deba preocupar al Ayuntamiento, porque no es función de esta institución (ni de ninguna otra) coartar la iniciativa de los ciudadanos."

"Sin noticias de Gurb" (día 17, 18h00). Eduardo Mendoza, 1990.

Wednesday, March 11, 2009

El sencillo sabor del agua

Hace poco pasaron por televisión un pequeño reportaje que me hizo mucha gracia. Se trataba más bien de un inciso en un programa de actualidad, unos minutos en que la reportera nos iba a enseñar cómo vive Rufo. Porque Rufo tiene una historia: no es un hombre normal que vive en un piso de alquiler: Rufo es un hombre que vive en una rotonda, establecido con su cabaña en medio de la carretera.

Pero la rotonda de Rufo no es esas pequeñas, sino más bien uno de esos espacios muertos que quedan entre los cruces y salidas de autopistas. De hecho, yo no creo que a aquello se le pueda llamar rotonda, pero en fin, es así como le llamaban en el programa. Queda bien decir que el hombre vive en una rotonda, es un buen titular.

Resulta pues que la reportera lo va a visitar, con las cámaras como testigo. Y muy cortésmente le trae una barra de pan del día, un poco de jamón serrano (envasado al vacío), y el periódico. Tengo que decir que a pesar de lo muy sensacionalista que suena todo esto, la reportera era muy simpática y no se pasó demasiado de la raya. Además, resultó que Rufo era una persona realmente inteligente, que viviendo en su cabaña, con su tranquilidad y saber vivir, estaba alegre, muy bien aseado, muy vivo: no se iba a dejar hacer. Su cabaña de hecho era una verdadera casita de madera, con sus anexos, y con un jardín inmenso, verde, con árboles y todo. Y Rufo le enseñaba la casa. El huerto. La cocina. El recibidor. Todo limpio, ordenado. Y la despensa. Vaya despensa. Resulta que Rufo tenía en ella una cantidad de comida como las de antes: morcillas colgando, chorizos, el rincón de los quesos, el rincón de las bollerías, etc. Todo un festín, y todo casero. Imaginad pues la cara de la reportera, sosteniendo en su mano su regalo de doscientos gramos de jamón serrano envasado al vacío… La reportera que quería ayudar a un hombre pobre... La reportera que se pensaba que Rufo estaría en una situación total de desamparo, ya que para tener que comer lo que él propio se cultivaba, suponía que Rufo debía estar en una situación económica bien mala... La reportera que venía del mundo desarrollado y que le iba a salvar de la miseria con esa comida con certificado del ministerio de sanidad que le traía. Entendió de sopetón que sencillez no significa pobreza, que renunciar a algunas cosas de este mundo no significa ser un desgraciado, que se puede tener la fuerza de apartarse del modo de vida actual y seguir siendo un ser humano. Y la respuesta de Rufo, tan sencilla y a la vez abrumadora: “¡cómo no voy a tener chorizos, si acabo de matar al cerdo!” Ay, si resulta que para tener la despensa como antaño, no hace falta más que cuidar un bicho, que no cuesta nada. Ay, que higiénica y antiséptica parecía ella, con su jamón en láminas, envuelto en plástico transparente. Qué limpio, qué organizado, qué industrial. Pero qué ojos de gata al ver aquellos embutidos frescos colgando de la despensa, aquella comida casera, aquellos alimentos de su propio huerto…

Ay, ojalá existiera más gente como Rufo. Y ojalá esa reportera se dedique a hacer temas con una intención menos exhibicionista y más cultural, ya que era muy amable, divertida, y sobre todo, supo reírse de si misma. Cuando Rufo le respondió que no quería hablar de su familia, ella no hurgó en la herida, y cambió de tema, por mucho de que eso le hubiera –seguro- hecho ganar más audiencia. Esa era la historia de Rufo, la que le llevó a la exclusión de la rotonda, la que el morbo del telespectador hubiera querido, pero él no dejó que entraran en su vida personal, y ella no insistió, seguro que desobedeciendo órdenes superiores. Pero, sobre todo, Rufo era demasiado inteligente para picar en el anzuelo: entrad en mi casa, adelante, eso sí, pero no en mi vida personal. Hay una diferencia. Y la reportera reconoció que estaba metiendo un poco la pata, que el tal Rufo no era un pelele, que hay cosas que valen la pena. Y se despidieron con dos besos, los mismos con que se recibieron. Y Rufo, tan sencillo, le dijo que le gustaba su olor. Qué maravilla de hombre, que no tiene reparos en decirle algo sencillo a una mujer, porque es algo simple, real, sin intentar ir más allá que la simple amistad y cortesía. Qué maravilla pensar que hay gente que aún sabe encontrar el gusto en un simple vaso de agua. Y qué lástima que se tengan que ir a vivir en medio de rotondas, qué lástima que sea porque escondan una historia triste detrás, que lástima que acaben siendo material de curiosidades.