Wednesday, September 16, 2009

Veo El Tiempo, luego existo

















“Hasta aquí las noticias. Ahora les dejamos con ¡El Tiempo!”

***Sintonía del Telediario***

Era entonces cuando a mi abuela le crecían las orejas, afinaba la vista y se le aceleraba la respiración. Ella nunca quería perderse El Tiempo. Y tuvieron que pasar años hasta que empezara yo a entender sus motivos. Si mi abuela hubiera sido jardinera, campesina, o cartera de Correos, yo habría entendido que le preocupara la intemperie. Pero ella no lo era. ¿Por qué tanto afán en saber si el día siguiente será lluvioso o seco? ¿Por qué tanto placer en las isobaras?

¿Era por comparar presentadores? “Las brumas matutinas en la parte septentrional de la península", los "chubascos de intensidad fuerte o moderada” del retirado Montesdeoca, en la Primera. “Ruixats, calamarsa, vent de mestral, llevantada” en TV3, el desespero de Alfred Rodríguez Picó, defensor del medio ambiente: “això no és boira, és contaminació. Ja fa anys que anem avisant, però no hi ha manera”. Una voz de la conciencia en un programa que creía neutro e insípido. No, no podía ser eso, ella aún no estaba aficionada al cambio de canal. “Ep, que son las diez, pon la dos que darán El Tiempo”. ¡Y dale!, pensaba yo.

Y sin embargo, un día lo entendí. Comprendí sus motivos. Lo noté dentro de mí: quise ver el tiempo, porque buscaba algo que me relajara. Quise ver el tiempo, porque quería ver lugares conocidos. Quise ver el tiempo, porque volvía de un día ajetreado. Y encontré la razón. Mi abuela miraba el tiempo porque era el único referente real y sosegado que le quedaba en la televisión. Era el único espacio que le estaba realmente dedicado, en persona, el único programa que entendía y que la hacía sentir como en casa. El programa anterior –las noticias- era un suceso de eventos avasalladores: terremotos en Turquía, soldados americanos muertos en Afganistán, manifestaciones en China, tecnología en el Salón del Automóvil de Tokyo, concierto multitudinario en Sudáfrica... Y ella ya no sabía, como tampoco lo saben muchos otros hoy, dónde estaba. Aquí, allá, con lo bueno, con lo malo. Uno ya no sabe quién es y qué hace en este mundo. Y sin embargo, luego llega El Tiempo. El Tiempo, algo que siempre está ahí, que nunca cambia. Siempre igual, el mapa y el hombre delante diciendo que si hará sol o se nublará la Península. Parece un programa insípido, y sin embargo lo dejamos empezar, con su hilo musical tan ligado a la compañía energética que lo patrocina.

Y entonces entras en el juego. Porque El Tiempo no sólo habla del cielo, sino de la tierra. De tu tierra. Te recuerda dónde están las capitales de tu provincia. El Tiempo, que con su mapa te muestra el lugar dónde se encuentra tu mar, dónde están el Sur y el Norte. El Tiempo, nuestra casa vista desde el aire. Y donde se nos explica la única noticia que, con una probabilidad del cien por cien, seguro que podremos palpar al día siguiente. El Tiempo, la única información verdadera por mucho que sólo sea una predicción. Todos estamos en las noticias del tiempo, después de no encontrarnos en las crónicas del telediario. El Tiempo, que desde hace ya unos años, no sólo nos dice qué pasará, sino lo que pasó, con instantáneas que ilustran lo que se dijo el día anterior: no importa la predicción, lo que queremos es ver que seguimos ahí. Nos enseña en directo, desde una cámara de vídeo fija, la ciudad de Balaguer. Nieve en Salamanca. El lago de la Vall de Núria. Bañistas en Alicante. Nos enseña estos lugares cercanos, donde hemos estado, donde fuimos de boda, donde pasamos un fin de semana, donde vive el tío Pepe. Sant Feliu de Guíxols, el pantano de Susqueda, els aiguamolls de l’Empordà. Y fotos, fotos de los lectores: los campos del Pla d’Urgell con granizo, rayos delante del puerto de Barcelona, nieve en Collformic. El Tiempo no sería El Tiempo sin el mapa, no hay tiempo sin espacio.

El Tiempo te devuelve la calma, te muestra lo que conoces. Te habla cercano, te dice hasta mañana. No, a mi abuela no le cambiaba mucho que el cinco de agosto se presentara más o menos caluroso que el cuatro. Lo que le interesaba era ver que en este mundo de tecnología, de noticias mundiales y tertulias sobre personas anónimas, alguien le hablaba de su casa. De lo que vería al día siguiente al despertar. No le preocupaba si la exactitud de la predicción. Simplemente, dormía mejor sabiendo que hasta gente como ella tenían un hueco y una existencia en este mundo, era partícipe de aquél espacio. Había visto el tiempo, ya podía ir a la cama. El día siguiente volvería a amanecer. Nublado o soleado, eso era lo de menos. 

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