Thursday, November 13, 2008

La Plagne - Février 2005


Que c'était bon, d'être étudiant...

Gente Erasmus



(Milán, Octubre de 2005)

¿Pero porqué te vas a estudiar a Francia, no dan aquí en España la carrera que estudias? ¿Que sí que la dan? ¿Pero, entonces, flor de mi vida, amor de mi alma, por qué te vas?


Ésta es solo una pequeña muestra de las preguntas a las que tendrá que responder todo pretendiente Erasmus a su abuelita. Y es que antaño los españoles que se iban al extranjero eran los que necesitaban el tirón de Alemania para dar de comer a familias numerosas que aspiraban cada dos años al premio nacional de natalidad. Entonces la gente se iba por necesidad, ahora lo hacemos por oportunidad. Esto ya no es lo que era. ¡Por suerte, cabe añadir! Quizá no sabemos bien del todo quién es este tal Erasmus, un holandés nos dice uno, un humanista de la época medieval, pero lo que sí sabemos es de este programa de intercambio entre universidades europeas que lleva su nombre.

De Erasmus hay de todas clases, seamos honestos. Y es que a partir del momento en que uno ya no se va por necesidad, pues resulta claro que eso de los estudios no es la prioridad para todos.

-Nos encontramos pues con el Erasmus fiestero, el que nadie sabe cómo, pero aparece en todos los blogs universitarios, en todas las páginas web de las asociaciones de estudiantes, y sobre todo, en todas las fiestas. Fiesta en el “Casablanca”: ahí está él (o ella, que en esto del entretenimiento nocturno no hay discriminación, si no es positiva: ellas entran gratis). Fiesta en l’Étoile: allí lo vemos con la mejor de sus sonrisas, de oreja a oreja. Fiesta en La Paloma: no falta a la cita, copa en mano, trofeo a veces también. Pero la misma regla de tres que lo hace aparecer en todas las listas VIP discotequeras, lo hace desparecer de la lista de la clase.

-Luego tenemos aquellos Erasmus turistas: cámara en mano, se cogen los “fines de semana del estudiante”, que se caracterizan por ser los únicos fines de semana más largos que la semana, sólo superados un año de cada tres por el españolísimo macro puente de la Purísima Constitución (receta: júntese el 6 y el 8 de diciembre, día de la Virgen el primero, de la Constitución de 1978 el otro, y hágase coincidir el todo en martes y jueves. Cójase la baja el lunes, con la excusa del primer resfriado del invierno que se avecina, para aplicar el miércoles el día de fiesta de esos sueltos que le quedan a todo trabajador, y en cuanto al viernes no se preocupe, a nadie se le ocurrirá ir al trabajo ese viernes). Así, nuestro querido Erasmus dedica parte de su tiempo a las visitas culturales por la región y el país y los países vecinos y el resto del continente, y es que una vez se ha pegado el salto, ya no se puede parar.

-No olvidemos al Erasmus con vocación para crear una agencia de viajes familiar: se trata de aquél que recibe cada fin de semana a dos miembros de su extensa familia. Suele pasar que este Erasmus en particular es aquél que se fue de casa justamente porque ya estaba un poco cansadillo del ambiente familiar. Pero es que en su casa eso de que “Juanillo esta estudiando en París” suena como un “¡Por fin tenemos excusa para ir a París!”. Le vemos pues un fin de semana tras otro con padres, abuelos, tíos, primos... Es el mismo tipo de familia que cuando hay boda se llevan el tupper, y que hacen retrasar el avión porque ya no saben donde han puesto los billetes. La familia del Tebeo, vaya. Los que cuando van a la playa parece que se vayan de camping, con las sillas y la mesa plegable y la abuela y la bombona de butano bien naranja para hacer la paella.

- Otro fenómeno paranormal es el hecho que cuando uno se va de Erasmus, por muy lejos que se vaya, ya sea a la otra punta del mundo (en este caso ya no se llama beca Erasmus, pero el concepto es el mismo), siempre se acaba encontrando a alguien que es del pueblo. De su mismo pueblo. Si le parece que esto no le ha ocurrido, recúrrase a sendas abuelas, pues son las garantes del árbol genealógico no sólo de la propia familia sino de cualquier familia del pueblo, eso sin contar los conocimientos adquiridos en el ¡Hola!. Ellas le dirán que en efecto, la Julieta es hija de la prima de la sobrina de la amiga de la tía del mosén. De la familia, vamos. Y tú sin saberlo.

Y así hasta más no poder. Pero no nos engañemos, esta nueva especie de homus internationalis lleva consigo una carga de inquietudes. A menudo se va de intercambio sabiendo que, en el mejor de los casos, al regreso tendrá que trabajar dos veces más que sus compañeros de promoción porque las asignaturas no son nunca exactamente las mismas, en el peor tendrá que volver a hacer su cuatrimestre, trimestre o semestre en su universidad de origen. Pero el Erasmus sabe que no ha perdido el tiempo. Se agarró fuerte a la oportunidad y no la dejó escapar. Lo que no aprendió de académico lo aprendió de la vida. Y eso que en la vida, no hay nada escrito.

Thursday, November 6, 2008

La caída


(Milán, Septiembre de 2005)

(Artículo publicado el 20 de septiembre del 2008, anteriormente ubicado en mi otro blog: "Mind and Matter")

Parece que eso de complicar lo que es sencillo se está poniendo de moda. Y si no, lean lo que me sucedió una tarde, mientras regresaba tranquilamente a la universidad tras haber ido a comer al bar de turno. Yo caminaba tan pancho y contento, quizá un pelín acelerado por eso de haber apurado al máximo la pausa del mediodía, cuando apercibí unos metros delante mío, y unos escalones por encima, a una conocida. Una chica con quien había asistido al curso de italiano el primer mes en Milán, americana. Y claro, un “ciao” dejé escapar, justo cuando estaba a su altura, sin pararme, que tampoco teníamos mucho en común. Todos sabemos que ésta es la estrategia óptima: ni demasiado pronto, lo que nos deja con un par de segundos de sonrisa tonta, recíproca, los dos pensando interiormente "¿y ahora qué nos decimos?", ni demasiado tarde, que no falten los modales. Nada, desviando la mirada hasta el momento crucial, y soltando el saludo, con tono casi de sorpresa, como si no hubiéramos visto la otra persona un buen rato atrás. Un “ciao” con efecto sorpresa, veloz, pero sin ningún interés escondido (es decir, no un ciao con segundas como sería un ciao fijando mi mirada en sus ojos, o un ciaaaaaooo alargando las vocales, o un ciao con guiño de ojo incluido). No, era un simple ciao de holaquétal, todo junto. Pero la diferencia entre ella y yo es que yo me acordaba más de ella que ella de mí. Y que yo se lo dije de subida.

Y es que ella (cuyo nombre no es que no quiera acordarme, sino que simplemente no me acuerdo) tardó unas milésimas de segundo en reaccionar. Ahora llegamos a aquella parte del relato en que el tiempo si bien no se para, se ralentiza de manera sustancial, la imagen sigue su curso pero casi congelada, e incluso una y otra vez, repetida desde diversos ángulos y puntos de vista. De modo que no estoy en grado de recordar qué fue lo que sucedió primero, porque en mi recuerdo todo sucedió a la vez, todo se mezcla, pero nada se borra. Ella tardó en reaccionar. Y lo hizo cuando yo ya había alcanzado el último peldaño de unos cinco que había entre su posición y la mía (ya advertí al lector de mi velocidad). Estábamos en efecto separados por poco más de un metro de altura, por razones arquitectónicas que no equivalen a un piso, sino a un simple desnivel. Pero yo tuve la astucia de concentrar mi saludo en la fase final de mi ascensión, cuando todo el esfuerzo requerido para tal hazaña había estado ya completado. Ella no. Y ella no me recordaba. ¡Ah! Error fatal que nunca olvidarás... y es que debió darse cuenta demasiado tarde de quién era yo ("oh, yes, the ragazzzo who attended with me il corso d’italiano alla Bocconi"...). Cruel olvido. Debió emplearse demasiado a fondo. Porque cuando yo ya estaba olvidando este reencuentro (estamos todavía hablando de milésimas de segundo, no fue largo), cuando mis pasos ya me dirigían hacia otros horizontes, pasó lo que pasó y ahora no duermo bien. Que nadie me pregunte el cómo, porque todavía no me lo explico. Lo único que sé es que oí un estruendo detrás mío, un ruido… Y luego lo vi todo: vaya resbalada, señores, vaya desplome, ¡pero qué batacazo! Una torta de aquí te espero, un tropezón de campeonato, un patinazo superlativo... ¡madre mía, qué caída! ¡Pero es que vaya galleta se estaba pegando la pobre! Es ahora que el relato se acelera. Yo me giro, y la veo, a ella, por el suelo, no caída, sino cayendo, no callada, sino chillando, no cabeza arriba, sino cabeza abajo... Yo no me puedo explicar como leches en cuestión de milésimas tiene una persona el tiempo de ponerse del revés, de caer, de seguir cayendo, de lanzarse al vacío. Es que no había ni piel de plátano ni líquido resbaladizo alguno, y por mucha manzana que le cayera a Newton, tal revolcón no se explica sólo con la ley de la gravedad. El tamaño del coscorrón fue inversamente proporcional a mi grado de comprensión de los hechos: y nada de tocar solo el suelo con las manos, o con el culito, ¡qué va! Ella cayó pero bien caída, como si de humor amarillo se tratara, con todo el cuerpo, con las manos, los brazos, las piernas, ¡si hasta se dio con la barriga! ¡Pero es que no sé cómo se puede dar uno con tantas partes del cuerpo, como si no estuviéramos llenos de ángulos que forman concavidades imposibles de alcanzar! Y luego esperen. Porque es fácil ayudar a una persona que se ha caído, pero no lo es tanto ayudar a alguien que aún está cayendo. Si la persona aún no ha acabado la operación, no hay nada que hacer. Mujer, puestos a caer, ¡pues cae rápido! Pero no, ella se empeñó en tragarse uno por uno los cinco escalones que allí había, pero cuando digo uno por uno es porque la chica iba rebotando a cada peldaño, con suspiro incluido. Yo no sé si eran gritos, suspiros, alaridos u otra cosa, lo único que sé es que no hay onomatopeya que lo describa. Pero lo que más alboroto causó fue la carpeta, una carpeta de esas gruesas, con tapas brillantes y plastificadas: tras volar unos metros aterrizó plana no se sabe dónde, pero tal caída en plancha dejó tras de sí un ruido infernal sobre el suelo de mármol la universidad, un ruido de esos que no avisan, de esos que lo echan todo en un único movimiento, de esos que ta hacen girar la cabeza al instante, ¡BAM! Es que también la chica escogió mal. Puestos a caer en unas escaleras, hazlo de subida, que al menos así te quedará con más probabilidad la cabeza más alta que los pies. Y si lo haces de bajada, prueba de hacerlo elegantemente, cayendo de culo, para levantarte ipso facto con una graciosidad de quien no quiere la cosa. Pero no te caigas con el cuerpo hacia delante, las piernas por detrás, los pies para arriba, y rebotando en cada peldaño. Es que yo no lo entiendo, no entiendo estas ganas de dar la nota. Yo, si me caigo, me levanto haciendo la voltereta, y luego saludo para dejar claro que obviamente, estaba todo preparado, faltaría más. Por favor, miedo al morado no, ¡pero ante todo no perder la dignidad! En fín, en cuestión de gustos nada está escrito. Y aún menos entre nosotros y los americanos.

Ahora bien, todavía queda la segunda parte del relato. Una vez asentada, ¿qué hacer? No ella, sino yo: ¿qué debía YO hacer? Fue en ese momento que incomprensiblemente me entró una especie de remordimiento, mezclado a un sentimiento de vergüenza ajena que más pienso en él y menos entiendo. En esos instantes uno pierde el sentido de la realidad. Y es que me entró un sentimiento de culpabilidad enorme. No nos engañemos: ¿por qué se había caído? Porque me había saludado. Entonces ni me daba cuenta que a una persona normal no le hace falta que movilice todos sus sentidos para saludar a otra persona. En América debe ser lo habitual, pero ¿cómo podía yo saberlo? Yo era el responsable. Era el único en saber que se había caído por mi culpa, porque tardó demasiado en recordarme y no tuvo la astucia de hacerlo después del obstáculo puesto allí expresamente. No sabía si acudir a ella o no. En estos casos, a uno le vienen en mente una cantidad de pensamientos ridículos que nunca resultan ser verdad. Mi primera reacción fue “Si voy, seguro que me tira los libros a la cabeza porque dirá que fue culpa mía”. Ridículo pensamiento porque si bien fui la causa de tal peripecia, no fui para nada el culpable. Pero yo pensaba “no, como vayas, estás muerto” ¡Ya se podría haber acordado de mí, no te digo! No es que no tuviera ganas de levantarla, pero es que si no quería hacerlo, era por su bien. Ésta fue la segunda evolución de mi estado cognitivo. ¡Lo prometo! Y es que a ver, no es el dolor de una caída aquello que más miedo me da, sino el ridículo que uno puede llegar a hacer. Ya dije que yo, cuando me caigo, me levanto con tal velocidad que la gente no tiene tiempo de ver lo que ha sucedido. Intento incluso incorporar el movimiento de levantamiento al de la caída, como si fuera todo natural, añadiendo si hace falta un sonoro ¡hop! para que la gente crea que todo estaba calculado. Hago ver si hace falta que he visto dónde se encuentra la cámara indiscreta. Como un relámpago recojo mis cosas y me esfumo, no sea que alguien vaya a identificarme. Tan sólo más tarde miro si todo está en su lugar, si no sangro, si no estoy sucio. Es en este tipo de casos que uno se olvida de ver el siete que lleva en la parte posterior del pantalón. Y yo pensé “si vas y la levantas, se muere de vergüenza. Haz ver que no has visto nada. Haz ver que no has visto nada”. Cabe decir que como vi que la muchacha estaba sana y salva, la comicidad de la situación empezaba a llegarme... Pero yo les prometo que si no la ayudé, lo hice por ella. Además, de eso ya se encargaba un grupo de italianos que también habían presenciado la escena. La envolvieron como los paparazzi de la Dolce Vita acercándose a la actriz americana recién aterrizada en Roma, con el mismo glamour, el mismo peinado, e incluso las mismas gafas de sol. Los mismos que en el previo análisis de la situación me dije “ya verás, ella les dirá que ha sido mi culpa, y estos matones no me dejan vivo....” Desde luego, más lo pienso y menos comprendo cómo uno puede llegar a pensar tales cosas, pero sin embargo no deja de ser verdad, era eso lo que yo pensaba. Pero algunos ya empezaban a reír... “vete de aquí o se muere de vergüenza”. Y al final me fui, llegué tarde, sonó la campana, pero me fui. Aunque no pude dejar de pensar en ello, ¿cómo iba a hacerlo? ¡Qué castaña! ¡Qué situación! ¡Qué risa! Es que no se imaginan el porrazo que se llegó a meter, una nata de campeonato. Vaya piño, señores, vaya piño. Y al final, yo esfumándome, ella buscándome, y los italianos ligando.

Crisis, subprimes, y otras historias



(Artículo publicado el 19 de septiembre del 2008, anteriormente ubicado en mi otro blog: "Mind and Matter")

La que está cayendo. Lo que está pasando no es una simple crisis, es realmente todo un acontecimiento. Cierto, no es uno de esos que se viven con sosiego: la repercusión de los problemas en los mercados financieros internacionales es tal que ya estamos viendo como muchas empresas se ven obligadas a prescindir de miles de sus trabajadores, y eso se vive en la calle, no sólo en el telenoticias. Y si observamos la situación de una forma macroeconómica, no deja de ser mucho más que un simple suceso. No será una revolución como la de los libros de historia, pero ojalá sea la gota que colme el vaso y que marque una involución en la manera que funciona la economía mundial. Nunca me ha gustado hablar de "sistema", ya que para algunos eso parece que sea un ente en sí, "El Sistema", con mayúsculas, como si fuera la mano que mueve los hilos. Siempre se me ha hecho más simpática la palabra economía, que a mi me recuerda más al trabajo de las hormiguitas: de forma increíble, miles de bichitos son capaces de organizarse con tal que nuestro pedacito de pan caído desaparezca en un abrir y cerrar de ojos, que la que descubre un bicho muerto sepa volver al nido y pueda avisar al resto, que se sepa dar la prioridad al camino más corto cuando, visto desde el suelo, ves a saber tú como pueden conocer la cartografía, que sean incluso capaces de ser granjeras, y proporcionen comida vegetal a colonias de una especie de pulguita a cambio del néctar que ésta produce... Cierto, hay una reina, pero la organización de las hormigas es algo que tiene mucho que ver con la economía. Es un orden caótico. Sólo, yo sería incapaz de tomar un vasito de café. No sé fabricar el vaso, no sé fabricar la herramienta que fabrica el vaso, no sé fabricar el barco que transporta el café, no sé pilotar el barco que transporta el café... Pero al final, todo sale bien, y beberlo, eso sí que sé. Hombre, algo más sé, aparte de disfrutar del discurso final: yo, en mi compañía cafetera, me encargo de las finanzas y de los créditos de los bancos. Ésa es mi contribución, la otra mi recaudación.


En fin, al grano: ¿qué es lo que ha pasado que la economía se ha vuelto loca? ¿Cómo puede ser que caiga uno y caigan todos? ¿Cómo puede ser que nuestra economía se haya convertido en un castillo de naipes -o en una burbuja- en vez de una red sostenible como la de las hormigas -si muere una, funeral, y a trabajar-?


No voy a explicar aquí que es lo de las hipotecas subprime, si acaso ya lo haremos otro día (o mejor, consultad el blog del ya famoso Leopoldo Abadía, él sí que lo explica bien: AQUÍ). Básicamente, lo de las sub-prime es una anécdota comparado con el verdadero alcance de lo que ha revelado. Todo empezó con ellas: pero es que ellas no son el corazón del problema. Es como si ellas fueran una de las metástasis, y ahora nos hemos dado cuenta de que el sistema tiene un verdadero cáncer. No es mortal, se puede sacar, pero habrá quimio y radio, con las molestias y dolores que eso conlleva.

Básicamente, el liberalismo ha entrado en una contradicción. Y los matemáticos saben que una contradicción suele llegar cuando hacemos una demostración por reducción el absurdo. Pero si llegas a una contradicción cuando no te lo esperas, malo. Malo, porque significa que lo de antes era algo absurdo. Y es lo que ha pasado cuando el estado americano, la primera potencia mundial, los que han desarrollado al máximo el sistema capitalista y liberal anglo-sajón, el estado que potenció a Juan Palomo, el de yo me lo guiso y yo me lo como, el estado que quería ser poco intervencionista comparado con sus homólogos europeos, que hacen pagar tantos impuestos y distribuyen tal Robin Hood las riquezas de todos, ricos y pobres, no sólo para hacer carreteras, sino también para dar de comer a los pobres y una pensión a todos los viejecitos (vale, y ese chalecito del alcalde), ese estado se ha convertido de la noche a la mañana en el más intervencionista de la historia. El Estado americano es ahora propietario de las dos hipotecarias más grandes del mercado (Fannie y Freddie), de la mayor aseguradora (AIG), hace maniobras para salvar a dos súper bancos de negocios (Bear Sterns y Merril Lynch)... Es decir, que en vez de controlar poquito a poco, con ayudas y controles aquí y allá, el Estado se ha dado cuenta de que ha estado creando un monstruo tal, que si bien su caída podrá "ayudar a limpiar la economía", como dijo Solbes y como sostienen también los liberales, es tan grande que al caer nos puede aplastar a muchos. Y eso no tiene ni pizca de gracia.


¿Veis lo que falla? Básicamente, no perdáis de vista que cuando decimos "Estado", hay que leer "contribuyente". Es decir, que todo eso se ha pagado con dinero de los americanos, el dinero que les tenía que pagar sus carreteras, su ayuda médica, sus instalaciones públicas... Pero ahora no, ahora se dan cuenta los contribuyentes que lo que han pagado con sus impuestos no será repartido para todos vía obras públicas, sino que se destinará a pagar a otra empresa. Es decir que uno paga al estado liberal para que éste, en vez de ser liberal, pague a otras empresas. A qué partido votaríais, a uno con el lema "Votad Partido Fulanista, y con los impuestos financiaremos empresas, pero no construiremos carreteras" o a otro "Votad Partido Menganista, y con los impuestos construiremos carreteras". Vaya, un contrasentido votar a los primeros, ya que no hace falta estado para crear una empresa, pero sí hacen falta impuestos para acciones colectivas tipo carreteras (aunque luego éstas sean privatizadas - hace falta el Estado para tener legitimidad en la expropiación del suelo, por ejemplo) y demás. Pues es lo que ha pasado, los liberales que no querían dedicar un euro (o un dólar) a cosas sociales, han tenido que dedicar toda su caja a salvar empresas. Pero eso no es todo: yo creo que lo de AIG tiene mucha tela. Y esto es algo que ilustra el corazón del problema: AIG (American International Group) es la aseguradora más grande del mundo. ¿Cuál es el negocio de las aseguradoras? Asegurar contra imprevistos (incendios en el hogar, accidentes de coche, etc.). Pero no todos son imprevistos "naturales": fuego, inundación. De hecho, a menudo éstos tienen una causa humana (el fuego es porque hay un cortocircuito, es decir una instalación eléctrica construida por nosotros, la inundación porque se construyó la urbanización en el antiguo cauce de un río). Y como ejemplo de imprevistos que las aseguradoras aseguran, están los "riesgos de capital". Yo compro unas acciones, y puedo pagarlas más caras si compro un seguro, que me devuelve tanto dinero si su precio cae en el futuro por debajo de x. Aquí gana el que apueste mejor. O el que tenga más suerte. Ay, que nuestros pies ya no empiezan a tocar certezas, ay que ésto más que economía parece una casa de apuestas, pero con el dinero de todos, de las empresas... Pues no desconfiáis de vosotros: no somos tontos, y los otros no son más listos. Si empezáis a notar que todo se vuelve un lío, no penséis que sois vosotros los errados. Pensad que a lo mejor sí que hay un verdadero lío. Porque es exactamente lo que ha pasado: aquí es donde empieza la burbuja, como luego explicaré. Pero he cogido ahora un ejemplo de una aseguradora, y no de un banco de inversión, porque los seguros es un negocio que justamente se especializó en salvarnos del riesgo que supone los vaivenes de la economía, y que se adaptó también a los nuevos riesgos de la economía liberal.

Así que las aseguradoras cubrían del riesgo. Tiene pues inri que una empresa que cubre el riesgo, no esté cubierta de riesgo, que los corra como cualquier otra, que invierta en fondos de inversión como cualquier banco. Ojo, que no me meto aquí con el riesgo en sí: sin riesgo no habría ninguna empresa, la vida no hubiera arrancado (no sólo Colón se hubiera hecho regatista en el Mediterráneo en vez de descubridor de otros mundos, sino que tampoco nosotros nos iríamos de casa a la temprana edad de los treinta y cuatro, ya que no nos atreveríamos a embarcarnos en una hipoteca). Pero si te pagan para cubrir riesgos, para asegurar a tus clientes, no me fastidies corriendo más riesgos que los que corro yo y de los cuales en principio me tienes que proteger. Atención, bien hemos de saber que en finanzas, una manera de cubrir el riesgo de un cliente, por ejemplo, comprar el producto financiero opuesto al que éste ha solicitado, así el banco se queda con las comisiones de servicio y él no asume ningún riesgo (Si yo pido al banco que apueste en mi lugar por los impares, el banco comprará esa apuesta por mí, pero a su vez apostará por los pares y venderá ésta apuesta a otro cliente: yo puedo ganar o perder mi dinero, el otro cliente igual, pero el banco siempre recuperará el dinero invertido. La entidad no gana pues en la apuesta en sí, ganará por la comisión que me ha hecho pagar a mí y al otro cliente). Eso es una cosa, pero otra es que la aseguradora que yo contrato me cubra con operaciones de este tipo, pero que luego invierta sus ganancias a las primeras de cambio, en productos que no dejan de ser muy volátiles: si la apuesta sale mal y la aseguradora pierde dinero y quiebra pues también caigo yo. Eso que lo haga el banco de inversión, que me parece perfecto, porque es uno de sus trabajos, pero al menos si acudo a ellos sé a qué atenerme. Pero una casa de seguros, no, eso no, por favor, ¡zapatero a tus zapatos!

Ésta ha sido la clave de todo: ¿quién cubría a quién? En vez de haber mecanismos de control ex-ante (como leyes que prohíben tal operación o tal otra - pero cada ley de ésas es una estocada al liberalismo puro y duro-), el liberalismo ha creado sus propios mecanismos de control a posteriori. Bueno, más que de control, de compensación. Pero estos mecanismos (llámense aseguradoras, o agencias de "rating", cuya labor es decir "ésta empresa está sana" o "esta empresa está jugando con fuego" para que así los inversores puedan decidir donde meter su dinero) también están sujetos a la ley del mercado, porque no son públicos y sin ánimo de lucro, sino que son empresas que también aspiran a obtener beneficios. Y lo que conlleva eso: como siempre pasa, al querer obtener aún más beneficios, pueden tomar riesgos, lo que es un círculo más que vicioso (la empresa que asegura de los riesgos corre riesgos, así que hay una empresa que asegurará a la empresa que asegura de los riesgos, pero a su vez aquella correrá sus riesgos al estar en el mercado, etc.). Así, también pueden caer los guardianes anti-caída. ¿Para qué los pagamos, pues?


La pregunta es: ¿cómo es que nadie se dio cuenta de ello, de que se estaban tomando demasiados riegos, del círculo vicioso, de que era un callejón sin salida? ¿Cómo es que nadie se dio cuenta de las incongruencias del sistema? Básicamente, porque se olvidaron de que las empresas son humanas, y que igual que la panadería la lleva el panadero, que puede equivocarse, la empresa la lleva el empresario, que también se equivoca. El panadero quiere vender más panes, las grandes empresa también quieren vender más de lo suyo. Pero si haces más panes y luego no vienen los clientes, te fastidias y debes tirar tus panes y asumir las pérdidas (porque te habrás gastado dinero en harina, agua, luz, sal, salario del empleado, para nada). A las grandes empresas, les pasa exactamente igual: sí amigos, las grandes empresas también pueden pifiarla. Lo que pasa es que al panadero lo vemos con su pan, y sabemos que es él, y palpamos la realidad del producto, porque nos los comemos en vivo y en directo, y hasta a veces nos enfadamos con él porque leches, el pan del día anterior estaba quemado, y palpamos el error en nuestro paladar. Sin embargo, a las grandes empresas, las reconocemos por sus siglas, su renombre, su aureola, y ante tanto mármol y tantos paraguas con su nombre, nos olvidamos de que son lo que son, es decir empresas, es decir que también están sujetas a la ley del mercado, y nos creemos que son ellas las reinas del mercado. O peor, las que dirigen el mercado. Ellas son el mercado. Éste es el error. Creédme, la de veces que he oído en empresa "oh, pero es que esto lo ha dicho Casa Pepito", como si al venir firmado por una empresa -y no por "Fulanito Pérez, trabajador de Casa Pepito"-, tuviera más entidad. Como si las grandes empresas no estuvieran constituidas por personas. Y como si los trabajadores de grandes empresas fueran infalibles. Cierto, son buenos, pero también son humanos, también se pueden dejar llevar por el ambiente. La prueba está ahí, en Wall Street, o esta vez en Times Square y en Canary Warf: los errores han salido bruscamente a la luz, y se han pagado caros. Los trabajadores despedidos seguro que eran buenísimos, no lo dudemos. Pero nadie fue capaz de sacar la cabeza del agua y decir "uyuyuy, ¿pero todo ésto tiene un sentido?". No sacaron la cabeza del agua y ahora se han dado de bruces contra el muro. Y nosotros también, ¿eh? Que no se nos olvide que yo ahora estoy explicando mi interpretación de los hechos que acaban de ocurrir, que es mil veces más fácil que de prever lo que pasará. Ojo, que no estoy haciendo leña del árbol caído: mis fines no son perversos, estoy más bien haciendo la autopsia de un muerto, para entender cómo se propagó el cáncer y pensar qué hacer para evitar que ocurra en el futuro. Así que yo también me incluyo en el mismo barco.

El problema principal ha sido pues la ceguera colectiva, un fenómeno que, no nos engañemos, es más que conocido, en la Bolsa y en el día a día. Es un fenómeno fácil de explicar: somos todos mucho más gregarios de lo que creemos. Seguimos la moda por mucho de que ya no seamos los pioneros, nos paramos a mirar cuando en la calle se forma un coro de gente, si en clase todos levantaban la mano respondiendo a una pregunta, nosotros lo hacíamos también... Los que hayáis visto la película "Una mente prodigiosa", con Russell Crowe (el de Gladiator), quizá recordéis su explicación de una variante de la "teoría de juegos", en la que se puede comprender primero cómo las acciones colectivas conllevan a situaciones inesperadas. En el film, Russell Crowe interpreta al matemático y premio Nobel de economía John Nash. Y explica la situación siguiente. En un bar donde hay cuatro chicos, de repente entran una rubia y tres morenas. ¿Será una noche feliz? ¿Cómo se repartirán las parejas, suponiendo que la más bella chica es la rubia? Nash dice que la combinación óptima (la que cree un total de mayor satisfacción a más personas) se consigue cuando la chica más guapa -la rubia- se queda sin bailar, aunque parezca paradójico. Y es que ninguno de los cuatro muchachos se atreverá a pedirle la mano –pese a que para todos es su musa indiscutible- por miedo al rechazo en público, ya que la rubia goza del privilegio de poder elegir, si sabe que los cuatro la prefieren. Nash daba este ejemplo para ver como en economía, no es tan cierto como parecía la teoría según la cual "lo mejor para el bien común es elegir lo mejor para nuestro bien individual", ya que en este caso, si los muchachos hubieran seguido el bien individual, sólo uno hubiera podido bailar: al pedírselo todos a la rubia, ella hubiera seleccionado a su gusto... pero lo peor es que los perdedores no tendrían en este caso premio de consolación ya que las morenas, ofendidas, no aceptarán nunca ser una mera segunda opción. Sólo bailarán dos personas si se sigue el bien individual –la rubia y el muchacho de su elección-, mientras que si se sigue el bien colectivo, bailarán seis -tres parejas-, ya que los chicos deciden abandonar todos su primera opción, y luego les es más fácil “repartirse” las otras según sus preferencias: la negociación será más fácil ya que no les irá la vida. Éste es un ejemplo en el que vemos que si queremos conseguir algo, no sólo nos hemos de centrar en nuestro gusto personal, sino que hemos de pensar en como piensan los demás. Pero lo que aquí no deja de ser gracioso, y que acaba con una situación óptima (seis felices en vez de tan sólo dos – el capitán del equipo de fútbol americano y la cheer-leader más popular, la rubia), puede acabar en desgracia si nos fijamos en el devenir de la desdichada.

Keynes, otro economista de los que crearon escuela, compara directamente la Bolsa –y no sólo el comportamiento humano- a un concurso de belleza: en un concurso de belleza en el que se da un premio al que haya votado (apostado) por la ganadora, si quieres ganar no tienes que apostar por la que crees más guapa, sino por la que crees que la mayoría creerá más guapa. Y por mucho de que tu sepas a ciencia exacta que tu elección es la chica más guapa, si te quieres llevar el bote, mejor vota por la que crees que los otros votarán (se sabe por ejemplo que la hija del gobernador es una de las concursantes, y que como todos los ahí presentes lo saben, votarán por ella para así no hacer un feo al gobernador y esperar así, de su buen humor, algún que otro favor). Así, pensando en el gusto (o interés) de los demás, tú ganarás algo de dinero (no el premio total, porque lo has tenido que repartir entre todos los acertantes). El problema es que la chica guapa de verdad, ella, pese a ser de verdad la más guapa, no ganará el premio que se merecía en toda regla. Se irá desdichada, incluso podría pasar que se suicide de la pena. Eso es lo que pasa en la Bolsa: si una buena empresa no es reconocida, pese a que, objetivamente, lo tenga todo para ser exitosa. Puede darse el caso de que se pegue una castaña. Puede pasar que los inversores la lleven a la ruina al vender las acciones que ya poseían de ella, provocando un derrumbe de su precio, y por ende del valor de la empresa, que luego no tendrá argumentos para explicar al banco el porqué de tal debacle, y éste le retirará los créditos, y la empresa tendrá que cerrar.


Esto que pasa en la Bolsa, elegir al que quieren los otros, olvidándote de tu criterio personal, es lo que ha pasado en el mercado. Se dio mucho valor a productos sin valor, las subprime (como aquellos daban valor a una concursante que en realidad era muy fea), por el simple hecho de que lo vendían las empresas líder, que hombre, ¿cómo se van a equivocar si son empresas súper serias, "con estudios"? Todas ésas empresas (bancos de inversión, aseguradoras, etc, etc) compraban y vendían entre sí, ya que confiaban entre ellas, y creyeron últimamente haber encontrado una gallina de los huevos de oro. Tanta impresión causó su éxito, que de facto se convirtieron en los líderes de la economía. ¿Y qué es un líder? No sólo el que va primero, sino que sobre todo, el que marca la pauta. En este caso, los precios. Así que si estos bancos decían que tal hipoteca costaba tanto porque la casa valía tanto, nadie osaba rechistar. Pero nadie sabía por qué -no era un coste de construcción, era un precio especulativo, que se sostenía con la creencia de que el precio de la vivienda no decaería nunca. Ole los profetas-. Pero claro, te lo vende el número uno, que tiene tantos expertos, tantos sabios, así que tú vas y lo compras. Así, ellos han hecho la jugada: "cómprame ésto, que cuesta x dólares", cuando de hecho eso no les ha costado nada, pero como son líderes, los otros nos lo creemos, y a la chita callando. Y ellos han hecho el negocio. Pero un día alguien, aunque tarde, ve el error (o a lo mejor podríamos decir, sin reparos, el engaño). Y lo denuncia. Y de ahí la cascada... Porque ya habéis visto como estas empresas, en vez de cimentarse en algo sólido, estaban apoyadas unas con otras. La cascada nos afecta también a los mundanos por lo mismo de siempre: se hicieron tan poderosas que se expandieron y expandieron, así que miles de pequeñas empresas tenían créditos avalados con fondos de esos bancos, que ahora se han secado, con lo cual las empresas ya no tienen el crédito del banco... Otro ejemplo que a algunos jóvenes les sonará es lo de buscar empleo. Bueno, aquí hablo de mi sector particular (economía y negocios): lo importante no era tener muchas ofertas, sino simplemente una de las buenas. Porque la información corre entre las escuelas y las empresas, y cuando una de las buenas consultoras te hacía una buena oferta, las otras empresas te abrían las puertas mucho más fácilmente. ¿Por qué? Pues porque, como siempre, confían en el nombre de las buenas empresas. Confiaban que ellos ya te habían hecho pasar sus pruebas, así que para ellos también valías. Como si todas las empresas fueran iguales. Como si la primera empresa no me hubiera seleccionado porque resultó que yo iba de colonias al mismo campamento que la persona que me entrevistó.



El mercado liberal había autorizado esta vía libre (no se metía, dejaba hacer negocios), así que si no se limitaron las acciones en tiempos de bonanza, por la misma regla de tres, en tiempos de vacas flacas se hubiera tenido que dejar caer a las empresas que disfrutaron de la barra libre y no pensaron en que a lo mejor estaban mordiendo la mano que les daba de comer (como por ejemplo pasó con Lehman Brothers, el cuarto mayor banco de inversión americano, una quiebra sonora, una empresa de la que el regulador americano no se apiadó). ¿Pero cuál es el problema? El tamaño colosal de tales empresas hace que, obviamente, estuvieran involucradas en millones de operaciones con entidades "normales", desde empresas industriales y tecnológicas con verdaderos proyectos detrás, pasando por los millones y millones de personas que se encuentran con sus casas hipotecadas a unos precios ya incambiables, que se encontrarían pues a dormir bajo el puente. Vaya, que como todos nos creímos el cuento, como todos confiamos en su fortaleza inquebrantable (envidiando su poder, sus ganancias, preguntándonos ¿pero cómo es posible? ¿Cómo lo hacen? ¿Qué estoy haciendo mal que no soy mega maxi multi millonario como ellos?) hasta el punto de confiarles nuestro dinero -a menudo de una forma indirecta-. Si ahora se deja caer a estas empresas, nos caemos todos. Así que ha habido socialización de las pérdidas: el estado americano ha comprado estas compañías (es decir : los americanos han pagado con sus impuestos -que vienen de su trabajo en una empresa- la compra de una empresa, en vez de financiar la escuela pública del barrio o el arreglo de la carretera, etc).Vaya, un círculo bien absurdo, como podéis ver. Porque la empresa no se ha comprado con el objetivo de que el estado pueda tener sus beneficios - que se distribuirian a los accionistas, es decir los contribuyentes- bajo nuevas obras públicas o bajadas de impuestos-. El resultado: que los que durante años han ganado millones con prácticas que si bien a lo mejor no podemos calificar de fraudulentas, podemos sin embargo calificar de abusivas, siguen con sus ganancias. Perderán las stock options (de hecho, las siguen teniendo, pero es que ahora éstas no valen nada de nada), cierto, y el trabajo, cierto. Pero no perderán los millones que ya hayan ganado, en contante y sonante, porque se van sin deudas. Moraleja: tú haz filigranas, aprovéchate del sistema, que si la pifias, tranquilo, no tendrás que pagar tus deudas de por vida, sino que el estado -es decir, los contribuyentes- pagarán por ti. Es por eso que los EEUU dejaron caer a Lehman Brothers: no quieren que se incite a este círculo perverso.

Pero ante la magnitud del desastre, ahora estamos en una fase en la que nos da igual el puñado de millonarios que han sabido sacar jugo al sistema – porque sigo diciendo que, aunque duela decirlo, no hacían nada ilegal (salvo excepciones a la Enron y Arthur Andersen, que fue uno de los últimos escándalos financieros, pero eso fue ya hace años). A lo hecho, pecho. Fastidia, pero mira, que se regocijen: antes que tirar al polizón por la borda –si lo hay-, antes que buscar culpables, hay que reparar el agujero, que si el barco entero hace aguas, entonces no habrá ni polizón, ni listillos, ni pasajeros, ni tripulación, ni mercancías, ni nada de nada. Ahora se trata pues de salvar el coste para la población en general. Lo que ha fallado es el sistema que les ha permitido hacerlo, que no ha sabido ver la impostura a lo que todo esto llevaba. Así que lo que toca ahora es pagar, pero sobre todo, preparar un futuro en el que esto ya no puede pasar. Y esto supone un cambio de rumbo esencial en el liberalismo. Básicamente, el cambio puede ser o a nivel de regulaciones, o a nivel de educación. A nivel de educación, sería por ejemplo en el caso siguiente -que es el que sostienen los más liberales-: ¿que alguien quiere hacer las mismas maniobras? pues que las haga, eso no pasa nada. Pero que las otras empresas, en vez de acudir y comprar a precio de oro un puñado de barro, sea capaz de decir "hey, stop. No porque me lo venda el número uno significa que sea un producto estrella". Pero esta capacidad de reacción es un poco utópica. Vemos que una y otra vez la lección no se aprende, así que yo creo que lo suyo es regular más todo este sector financiero, tan opaco.

A mi no me importa que un espabilado encuentre el filón para hacerse rico. Al fin y al cabo, se avanza encontrando y corrigiendo los errores. Lo que no puede ser es que todo el sistema funcione a base de haber encontrado una grieta por donde sale dinero del propio sistema: hombre, ¡es que te crees que estás sacando dinero de la nada pero de hecho, te lo estás sacando a ti mismo! Es como si la economía guardara todas sus riquezas en una caja fuerte tan grande como la del Tío Gilito. Y va y el Pato Donald encuentra un agujerillo por donde colarse cada mañana, y así vive tranquilo. Pues mira, no pasa nada, hace más gracia que nada, incluso, como es su sobrino, puede decírselo al Tío Gilito y éste le recompensa por haber encontrado el problema. Pero imaginemos que es el mismo Gilito el que ve el agujero, por donde fluyen sus monedas a la calle, como si fuera un río dorado. Y él, en vez de tapar el agujero, lo que hacer es ocultar el escape, comprar los terrenos por donde pasa el río, soterrar el río, y unos kilómetros más abajo destaparlo todo y gritar ¡Mirad! ¡He encontrado una fuente de dinero! ¡Soy más rico! Y crea un acueducto más grande que el de Segovia, y hecho en oro, por el que lleva el dinero de vuelta a su mega caja fuerte, a la vista de todos. El público sólo ve eso, que al tío Gilito le entra dinero por todas partes, pero no le sale, así que millones de personas confían en él, le piden créditos, y el los da…Pero llega el día en que muchos no pueden devolverlo porque ha habido inundaciones y sus campos ya no han dado trigo, y no han podido pues vender el trigo. Tio Gilito se queda pues sin dinero de vuelta. No tiene nada. No puede dar más a los millones de clientes que se había hecho. Y muchos de esos clientes, que habían empezado a construir fábricas, han de paralizar las obras porque no sólo se han gastado toda su fortuna personal, sino que además lo que contaban del banco ya no llega porque el banco ha quebrado…Y todo tan sólo porque Gilito vendió más de lo que tenía, porque la gente pensaba, al ver ese río dorado entrar por el acueducto, desde la fuente milagrosa a la caja fuerte, que Gilito era una buena garantía. Ése es el problema: que ningún ciudadano, o ningún ente institucional, hubiera hurgado de verdad en esa fuente milagrosa, para ver que de hecho la riqueza no venía de algo real –una fuente natural, o del rendimiento de fábricas que Gilito tendría en ChinaLand-, sino que era un flujo continuo desde su caja, un circuito cerrado. Algo sin base real. Una burbuja. No se puede crear riqueza de la riqueza y nada más – sólo se pueden pagar intereses sobre el capital si hay un verdadero trabajo real que crea ese flujo de dinero.

A esta hora en Wall Street están discutiendo si dejan apostar a la baja o no (lo que en finanzas se llama "operaciones cortas"): apostar a la baja significa que hay gente que dice “apuesto que tal empresa caerá”, lo que de por si no es muy sano, y ante tal debacle, se está haciendo de oro, arruinando de paso más aun el sistema. El mecanismo es simple: es casi como decir "apuesto mil pelas a que las acciones pierden valor". OK, tonto el que te sigue la apuesta, dirán los liberales. Pero no, no es tan simple: lo que pasa es que cuando apuestas que perderá tal caballo en el hipódromo, el caballo no lo nota, él hará su carrera igual. Pero en economía, no son caballos, sí que hay repercusiones negativas al apostar a la baja por una empresa. Si apostamos a la baja, eso se traduce en que la empresa que tenía buena salud pierde la confianza, se deprime, los bancos no le dejan dinero, y ella quiebra. El suicidio del que hablaba anteriormente, con Nash Y Keynes. Y sólo por el capricho de unos especuladores. Apostar al alza lleva al camino opuesto: una empresa fea puede convertirse en guapa (lo que se conoce por "profecía auto realizadora"), no pasa nada, incluso es bueno si al final, a base de apostar por la que está mal, vea ésta tanto dinero que se pueda comprar jabón y lavar la cara, cortar el pelo, y comprar alimentos sanos, y así volverse guapa de verdad. Ojo, claro, que esto no lleve a ilusiones demasiado irreales…

Al fin y al cabo, aquí no hay nada nuevo. Nos ha vuelto a llevar la euforia del dinero fácil: invertíamos en Bolsa y ganábamos 20% al año como si nada. Así que venga, todos a invertir a ciegas, en fondos de inversión que nunca comprendimos. Una cosa es comprar acciones, que sabemos de qué empresa son: en el fondo es un buen canal de ahorro y una buena manera de ayudar a la economía para que funcionen las empresas. Riesgo sigue habiendo, eso sí, pero algo más claras están las cosas. Por cierto, aprovecho para recordar un estudio que utilizan en Naciones Unidas: la de fondos de inversión que se venden como si fueran productos inocentes... y sin embargo tienen una cartera compuesta por empresas de reputación más que reprobable. Por algo se crearon los fondos de inversión "sostenibles", o con "responsabilidad social". Simplemente hacen una dobe criba: empresas con buenas prospectivas de futuro, pero que además tengan cierta "conciencia". De hecho, resulta que muchísimas empresas "responsables" pertenecen al grupo de las económicamente viables (básicamente porque no sólo el inversor, sino que el consumidor empieza a estar más concienciado en ello, así que las empresas eficientes y "buenas" resultan ser más eficientes... así que círculo virtuoso).

En fin, que el liberalismo debe reinventarse, o al menos debemos ser conscientes de algo: uno no puede ser liberal si todos no tenemos la misma información, o educación para entender. Hemos de ser capaces de ver el plumero de los que se quieren pasar de listillos. ¿Que se nos cuela una, a título individual, en una inversión arriesgada? Bueno, pues mala suerte, por eso se le llama especulación. Pero lo que no puede ser es que las empresas clave de nuestra economía -hipotecarias, financieras, industriales- se aseguren entre ellas, unas a otras, yo a ti, tú a él, él a mí, perdiendo el contacto con la realidad. Eso es lo que se llama una burbuja. Con que uno levante los pies del suelo, y el otro le crea y se ponga a su órbita, ya basta. Ya estamos flotando todos. Pero la Tierra sigue abajo, y tarde o temprano la gravitación nos hará caer.

Las instituciones tienen el deber de hacer que esto no pase. Porque entonces sí que es un engaño: que empresas jueguen con su estatus casi institucional, vendernos cosas como un seguro, para ver que luego tales productos son tan volátiles como el polvo, eso es casi estafa. Digo casi, porque nadie nos obliga a poner nuestro dinero en una cuenta de ahorros. Pero vaya, pedir un crédito al banco es la típica forma que tienen los pequeños empresarios de salir adelante, si la abuela no tiene guardados billetes de diez mil pesetas debajo del colchón. Y puesto que estos servicios se cobran caros, no puede ser que de la noche a la mañana se nos cierre la ventanilla.

Si queremos jugar en el patio de los grandes, debemos estar preparados, si no, nos van a patear sin piedad. Traducción: si queremos jugar a ser liberales, tenemos que conocer todas las reglas -y por ende, todos los vacíos legales, todo aquello que puede llevar a una burbuja especulativa- o de lo contrario estaremos corriendo muchos más riesgos de los que pensábamos. Pero eso es imposible: cada loco con su tema, y si uno ha decidido ser médico, no tiene tiempo para tragarse todos los libros de economía y los manuales de finanzas para intentar descubrir la trampa. Así que si somos conscientes de que ese día "del conocimiento total" no puede llegar nunca, debemos hacer dos cosas: alertar a la población de los riesgos reales de nuestra economía, para que así no los corra, y así no se forme una burbuja, y así no explote, y así no nos salpique a todos. O bien, y ésta es la segunda cosa, prohibir estas prácticas mediante leyes y reglas. De hecho, en Europa, el capitalismo salvaje, el liberalismo puro y duro no existe, tenemos un marco social que intenta justamente encauzarlo todo (lo que no significa que vivamos en el mejor de los mundos y que seamos felices como Heidi y Marco). En Europa, sobre todo en los países escandinavos, no se lleva tanto el vivir a cuerpo de rey, si no el dormir tranquilo, lo que conlleva un sacrificio del interés individual por el bien colectivo (y una aceptación del 50% de impuestos para que así todos los escandinavitos puedan ir no sólo al colegio, si no a unas excelentes universidades, sin pagar un duro, y con un piso casi gratis en muchos casos). Reconozco que esto es una opción de vida como hay otras, es algo que en países con una identidad muy marcada, muy localizados, con poca población, se puede hacer. Pero en países heterogéneos, con muchas formas de pensar y vivir, eso es complicado. Pero sólo quería recordar que existe.


Pues eso, que si jugamos a ser liberales, hemos de ser capaces de conocer el alcance del riesgo, y saber decir no. Porque por muy grande que sea la empresa, será una empresa privada, cuyo objetivo será aumentar el beneficio, así que lo intentará todo por ello. La diferencia es que si un panadero hace una magdalena con chocolate y te la vende a un increíble precio de 3 euros, pues mira, no pasa nada, porque sabes lo que es la magdalena y el chocolate, sabes que es demasiado cara, pero la compras porque te dices que te apetece, que estás dispuesto a sacrificar los tres euros. Sabes que no te juegas más que esos tres euros. Pero ojo con las empresas más grandes que no sabemos lo que nos venden. Recordemos que su objetivo es crear beneficio (eso es normal, no se puede criticar - nos puede fastidiar que no vean más allá, pero no se puede criticar), y lo intentará aumentar si puede (eso también es normal... vale, vale, que si avaricia, codicia, etc, pero hasta niños de los que venden pulseras con caracolas, los veranos en el paseo marítimo del pueblo, prueban de venderlas a 75 pesetas en vez de a 50). Eso no se ha de criticar: se ha de ser simplemente más listo, y no aceptar cláusulas o precios abusivos. El mercado en teoría es el que haría que, al nadie aceptar el abusivo precio de 75 pesetas, los niños se vieran obligados a bajar el precio a diez duros. Pero claro, ese mercado que todo lo equilibra, necesita la acción conjunta de muchos de los millones de individuos que actuamos de forma individual, egoísta o no, centrándonos en nuestros propios valores y preferencias. No es como el caso de las hormigas: ellas tienen grabadas unas pocas y simples reglas en su cabeza, las llevan de serie, recién salidas de la Factoría Reina. Todas piensan igual, actúan igual, quieren lo mismo: ellas quieren lo que quiere la comunidad. Por eso su acción conjunta es tremendamente efectiva y crea maravillas. Que si hay un agujero en el camino, la primera hormiga en pasar por él se echa encima para hacer de puente, y que sus colegas le pasen por encima. Vaya, que a nosotros, pese al gregarismo que mencionaba antes, somos muy toca narices, que no nos ponemos de acuerdo ni para dejar salir antes de entrar.

Así que, visto lo visto, yo creo que quien ha de ejercer tal control y crear unas reglas simples y claras para que esto no se desmadre, es el estado. Yo no digo que vaya a haber una revolución, ni lo creo, pero las cosas deben cambiar. El capitalismo seguirá, por dos razones: la primera, que es la mejor manera de crear riqueza. La segunda, que el capitalismo es lo que se combina mejor con la libertad (a nadie le gustaría vivir en una economía tipo la URSS, donde te decían todo lo que debías y no debías hacer, y no solamente en el ámbito laboral). Sin embargo el estado debe saber echarle el freno de mano, que no se le pase de la raya a las primeras de cambio, porque el capitalismo y el liberalismo suelen buscar los límites, y a veces eso no es bueno. Luego, y es ya para cuando tengamos una economía más real, menos especulativa y ficticia, la gran pregunta será el "¿para qué?”. ¿Para qué tanta riqueza? He dicho que el capitalismo es la mejor manera de crear riqueza, pero no he dicho que el mejor objetivo en nuestra vida sea el de crear, conjuntamente, la mayor cantidad de riqueza posible. Primero, hemos de aprender a aplicarla en algo útil, no a amasarla. ¿De qué me sirve morir rico, si en el Cielo todo es gratis? Y segundo, aquí estoy yo haciendo perversamente la amalgama entre dinero y riqueza, riqueza y felicidad. Pero una vida feliz para todos no sólo se hace de riqueza material (agua, ducha caliente, comida variada, hospital, aprendizaje...): ¿cuál es el tipo de vida que queremos llevar? ¿Por qué cuenta cómo riqueza el coleccionable de septiembre que me vendieron sin que lo quisiera, pero no cuenta el baño gratis que me pegué en el mar, o el chiste que me explicó mi amigo? Ésa debería ser la pregunta para el próximo milenio, al menos en Occidente, donde por suerte somos muchos los que ya no hemos conocido el hambre ni la guerra, los que ya gozamos de un bienestar material sin haber trabajado aún para ello. Eso es ya otra historia.