Hace un año, un domingo, salí a pasear por Barcelona. Tras un rato deambulando, me senté en las escaleras del MNAC: se está bastante tranquilo, sin coches, con el aire un poco más puro de Montjuïc, además hay una buena vista de la ciudad. Y entonces aparecieron por allí, sin hacer demasiado ruido, Woody Allen y su equipo. Rodaron una escena de la película Vicky Cristina Barcelona, y siguieron su camino. Meses después reconocí la escena, sentado en el cine, en la que Rebecca Hall charla con no recuerdo quién, mientras bajan las escaleras de piedra, con vistas a la avenida María Cristina y sus fuentes.
La película me dejó indiferente, nada que ver para mí con la divertida Auberge Espagnole, donde en vez de enseñarnos escenarios de lujo como esta escalinata bajo la luz dorada del atardecer, en vez de mostrarnos estereotipos como el artista creativo que conduce un descapotable rojo a lo James Dean y vive en una mansión de ensueño (pese a su padre ser poeta), se nos presentan unos jóvenes locos de vivir, las pintadas del Raval, el timbre que no funciona y la ropa tendida al sol. Vicky Cristina Barcelona es una postal, l’Auberge espagnole una atmósfera.
Y sin embargo, sigo pensando que sí, que hay postales artísticas, en la que sólo cuenta la asociación, que dan mucho más de sí. Quizá porque se asemejan más a lo imposible, a lo ideal. No sé si es algo propio mío, pero hay imágenes que me ponen la piel de gallina. No es lo mismo ver Barcelona con Vicky o Cristina… que verla con Batman, por ejemplo. Con el cómic, el dibujo, no la adaptación hollywoodiense. Sé que hay gente que se echará las manos a la cabeza con tal mezcla, mucho tiene que ver con que no tenemos mucha cultura del cómic, y lo percibimos como algo infantil. Sin embargo, en Francia o Bélgica, las viñetas circulan por todas las esferas, incluídas las más intelectuales. He visto a catedráticos de la Sorbona charlar sobre bandes dessinées. A mí me pasa eso, me fascina el poder eterno que tiene un dibujo, una instantánea. Me gusta ver dibujado lo que es real, del mismo modo que me gusta que la catedral de Gaudí imite formas naturales.
Ver un par de turistas en Barcelona es algo normal. Pero ver a Batman en Barcelona, eso es increíble. Ver al Manchester United en nuestras calles es prometedor, pero ver a Oliver Aton fichar por el Barça, eso es ya un sueño hecho realidad. Al menos para los que somos de la generación de los ochenta: los que nacieron un pelín antes aún disfrutan con Eric Castel vistiendo la misma camiseta. O Mortadelo y Filemón compitiendo en las olimpiadas. Supongo que es ese proceso de identificación que nos hace sentir a gusto, un sentimiento de pertenencia, de compartir algo en nuestra vida. Ellos son los héroes, y si en vez de ser ficticios –de Gotham- son de un lugar cercano, la pasión crece. Como la casa de Julieta en Verona, donde día tras día se reúnen los turistas y observan esa hiedra que sube hasta el balcón. Y dónde yo también me hice la foto.
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